
por Luis Casado
El día comenzó mal, muy mal. A eso de las 04:00 hrs de la madrugada recibí un correo de Jaime Lorca en mi cuernófono. La transcripción de un juicio:
“El fallo judicial que estremeció a los viejos socialistas”
A partir de ahí he sido un llanto. Quiénes, cómo y cuándo atraparon, torturaron, asesinaron y desaparecieron a mis compañeros de la Juventud y del Partido Socialista de Chile.
Horacio, un amigo ché que ha visto de todo y algo más, pronunció sólo dos palabras: el horror.
Al mediodía de ayer, en el mercadillo que se instala en mi aldea, conocí a un joven que funge de novio de la cremera portuguesa. Él es popoff. O descendiente de popoff y habla algo de ruso. En pocas palabras supe de su infierno: la ausencia de raíces. Él es, se siente ruso. Quiere ir a Rusia, pero la guerra…
Me lo contó a mí, que 52 años más tarde no sé de dónde soy. Abuelo español, padre chileno pobre, suegro gallego que peleó la guerra civil y la perdió, terminando con sus huesos en un campo de refugiados en Francia, de donde salió gracias un arcángel llamado Neruda y un bote improbable con un nombre aún más improbable: Winnipeg.
Exiliado en virtud de una masacre cometida, entre otros, por el genitor de Evelyn Matthei, dejando atrás a mi padre en el Estadio Nacional y a mi gran –en todos los sentidos– hermano Alan en Quiriquinas. Cubano durante dos años gracias a la impagable solidaridad revolucionaria, y francés durante cincuenta gracias a los principios esculpidos en el mármol por otra revolución: la de Robespierre.
Fiodor –pongamos que el joven conocido en la feria se llama Fiodor–, me contó que en Chalette-sur-Loing, una aldea distante 40 km de la mía, pero en la Región Centre-Val-de-Loire, hay una iglesita ortodoxa, construida por los rusos “blancos” que huyeron de la revolución bolchevique, y se instalaron allí haciendo la felicidad de una empresa yanqui –Hutchinson– que recibió mano de obra barata.
Hoy es la Pascua de Resurrección. Y pasa que Ольга Валентиновна es cristiana ortodoxa. De modo que hasta aquella iglesita nos transportamos. La modestia del lugar es proverbial. Pero de una rara belleza que muestra de qué milagros es capaz la fe cuando es sincera.
Lo primero que vimos fue un священник que en Chile no sé porqué llaman Pope, todo vestido de negro, amplio, señorial, acogedor y muy consciente de su propia importancia. Desde luego hablaba popoff, y un francés de acento ronroneante en el que nos entendimos.
Hoy es la Pascua de la Resurrección –me dijo– nuestro señor Jesucristo resucitó… venid con nosotros a festejar.
En un amplio y modesto salón, provisto de una muy oportuna библиотека, habían cuarenta o cincuenta personas compartiendo mesas provistas de diversos platos y especialidades popoff. Nos hicieron un hueco y allí fue Babel.
Unos cuantos eran ucranios, lo que no significa nada o significa todo. Al fin de la II Guerra mundial crearon ese Estado con partes de Polonia, del Imperio Austro Húngaro y –eso dicen–, por indicación de Lenin, con las regiones rusas de Dogansk y Lugansk que aportaron algo de población industrial a regiones eminentemente agrícolas y de población campesina.
Frente a mí habían dos Andreï. Con uno de ellos nos arreglamos para conversar en un salmigondis de idiomas y lenguas vivas y muertas, hasta que entrados ya en el calor de la amistad mi nuevo amigo pronunció por todo lo alto y claramente, en latín, ergo bibindum!
Servidor –que chamulla en varias lenguas– se lo tuvo por dicho: y así vaciamos varias jarras de tinto. Este Andreï aprovechó el impulso para anunciarme: ¡Voy a buscar mi guitarra!
Hasta ahí, tú mismo. Pero se sorprendió cuando le dije que conocía Калинка, калинка, калинка моя! (la famosa Kalinka…). Y más aún cuando, reprimiendo mi pudor natural y el temblor entristecido de mi voz entoné lo mejor que pude, junto a él, подмосковные вечера (atardeceres de Moscú).
El otro vecino de mesa, otro Andreï, vive en Dusseldorf. De modo que atacamos en alemán. Ich sprech ein wenig deutsch, me dijo trabajosamente. Él habla ruso. Como casi toda la población de Ucrania. Y creí comprender que –para él– vivir en Alemania no es precisamente el nirvana.
A esas alturas, plenamente integrado, rodeado de un tremendo calor humano que nunca había recibido de extraños, hablando hasta con las manos cuando no conoces el moldavo o te falla el rumano, el llanto venía mezclado de alegría y pesar. En medio de rusos blancos… Yo, el partidario acérrimo de los bolcheviques.
Fue el momento en que se me acercó un anciano descendiente de la nobleza rusa, un дворянство. Lo primero fue excusarse: No hablo ruso, me dijo, porque la nobleza rusa hablaba sólo francés. Y me pesa… Nací en Ucrania, o sea que soy ruso. Lo demás son historias para estimular la guerra. Pero Trump es un jugador de ‘póker mentiroso’… y Putin un jugador de ajedrez. Adivine –me preguntó– ¡quién va a ganar!
La revolución rusa tuvo lugar en 1917, y todos estos maravillosos compañeros de celebración de la Pascua, sufren aún esa terrible ausencia de raíces que sufrimos los exiliados, replantados, reinsertados, aclimatados y lo que te dé la jodida gana… pero que más de medio siglo después, o un siglo en su caso de ellos, seguimos sintiéndonos oriundi da qualche parte.
вы понимаете? ¿Cachai? Verstehst du?
Antes de echarme el catalán, tuve ganas de interpelar al Pope y rogarle…
Si el Pulento pudo traer de regreso a Jesús… ¿me traerías de vuelta a Carlos Lorca, a Ariel Mancilla, al mapuche Huaiquiñir, al “viejo” Ponce, a Ricardo Lagos (el bueno, el que mataron), a Michelle Peña y a todos mis compañeros?
Pero ya sabes… en mis mejores momentos soy agnóstico…
* En la foto, Dirección JS en Concepción – 1971