
por Michael Roberts
La Crítica fue un documento basado en una carta de Marx escrita a principios de mayo de 1875 al Partido Socialdemócrata de los Trabajadores de Alemania (SDAP), con el que Marx y Friedrich Engels estaban en estrecha asociación. La carta es conocida por el Programa Gotha, una propuesta de manifiesto para el congreso del partido que iba a tener lugar en la ciudad de Gotha. En ese congreso, el SDAP aprobó fusionarse con la Asociación General de Trabajadores Alemanes (ADAV), que eran seguidores de Ferdinand Lassalle, para formar un partido unificado.
La «Crítica del Programa Gotha» de Karl Marx fue escrita hace 150 años en estas fechas. Proporciona las posiciones más detalladas de Marx sobre la estrategia revolucionaria, el significado del término «dictadura del proletariado«, la naturaleza del período de transición del capitalismo al comunismo y la importancia del internacionalismo.

Conferencia de Gotha: mayo de 1875
Lassalle, activista y político socialista, concebía el Estado como la expresión del «pueblo», no como el constructo de una clase social. Adoptó una forma de socialismo de Estado y rechazó la lucha de clases de los trabajadores a través de los sindicatos. En cambio, sostenía una teoría malthusiana de la «ley de hierro de los salarios«, que argumentaba que si los salarios subían por encima del nivel de subsistencia en una economía, la población crecería y más trabajadores competirían en el mercado de trabajo, forzando a bajar los salarios de nuevo. Marx y Engels habían rechazado desde mucho tiempo atrás esta teoría de los salarios (ver mi libro, Engels 200 pp40-42).

Ferdinand Lassalle
Los Eisenacher enviaron el borrador del programa para un partido unido a Marx para que lo comentara. Encontró el programa significativamente influenciado por Lassalle y respondió con su Crítica. Sin embargo, en el congreso celebrado en Gotha a finales de mayo de 1875 para fundar el Partido Socialdemócrata de Alemania (SPD), el programa fue adoptado con solo pequeñas alteraciones. La carta crítica de Marx fue publicada por Engels solo mucho más tarde, en 1891, cuando el SPD declaró su intención de adoptar un nuevo programa: el resultado fue el Programa de Erfurt de 1891. Redactado por Karl Kautsky y Eduard Bernstein, este programa reemplazó al Programa de Gotha y estaba más cerca de los puntos de vista de Marx y Engels.
En la Crítica, entre otras cosas, Marx atacó la propuesta de Lasalle de «ayuda estatal» en lugar de la propiedad pública y la abolición de la producción de mercancías capitalista. Marx también señaló que no se mencionaba la organización de la clase trabajadora como clase: «y ese es un punto de suma importancia, siendo esta la verdadera organización de clase del proletariado en la que libra sus batallas diarias con el capital».
Marx se opuso a la referencia del programa a un «Estado libre del pueblo». Para Marx, «el Estado es simplemente una institución de transición de la que se hace uso en la lucha, en la revolución, para mantener a los enemigos sometidos por la fuerza», por lo que «es una absoluta tontería hablar de un Estado libre de pueblo; …tan pronto como pueda haber algo de libertad, el Estado como tal dejará de existir». Esta fue (y es) una distinción vital entre los puntos de vista de Marx y Engels sobre el Estado en una sociedad postcapitalista y los puntos de vista de la socialdemocracia y el estalinismo, que hablan de «socialismo estatal».
Las dos etapas del comunismo
Tanto Marx como Engels siempre se referían a sí mismos como comunistas para diferenciarse de formas anteriores de socialismo. Definieron el comunismo simplemente como la «disolución del modo de producción y la forma de la sociedad basada en el valor de cambio». La característica más básica del comunismo en la crítica de Marx es la superación de la separación en el capitalismo de los productores (trabajo) del control de la producción. Revertir esto implica una completa descomodificación de la fuerza de trabajo. La producción comunista o «asociada» sería planificada y llevada a cabo por los propios productores y sus comunidades, sin los intermediaciones de clase del trabajo asalariado, el mercado y el Estado.
En la Crítica, Marx describe dos etapas del comunismo después de que el modo de producción capitalista haya sido reemplazado. En la primera etapa del comunismo: «De lo que aquí se trata no es de una sociedad comunista, que se ha desarrollado sobre su propia base, sino que, al contrario, de una que acaba de salir precisamente de la sociedad capitalista; y que, por lo tanto, presenta todavía en todos sus aspectos, en el económico, en el moral y en el intelectual, el sello de la vieja sociedad de cuya entraña procede».
Así que «Congruentemente con esto, en ella el productor individual obtiene de la sociedad – después de hechas las obligadas deducciones-, exactamente lo que ha dado. Lo que el productor ha dado a la sociedad es su cuota individual de trabajo. Así, por ejemplo, la jornada social de trabajo se compone de la suma de las horas de trabajo individual; el tiempo individual de trabajo de cada productor por separado es la parte de la jornada social de trabajo que él aporta, su participación en ella».
El trabajador «recibe de la sociedad un bono consignando que ha rendido tal o cual cantidad de trabajo (después de descontar lo que ha trabajado para el fondo común), y con este bono, saca de los depósitos sociales de medios de consumo la parte equivalente a la cantidad de trabajo que rindió. La misma cantidad de trabajo que ha dado a la sociedad bajo una forma, la recibe de esta bajo otra distinta. Dado que el trabajo es siempre, junto con la naturaleza, una «sustancia de riqueza» fundamental, el tiempo de trabajo es una «medida importante del costo de la producción [de la riqueza]… incluso si se elimina el valor de cambio».
Incluso en la etapa inferior del comunismo, no hay mercado, ni valor de cambio, ni dinero. Durante la fase inferior de la nueva forma de asociación, «los productores pueden… recibir bonos que les dan derecho a sacar de los depósitos sociales de medios de consumo la parte equivalente a la cantidad de trabajo que rindió»; pero «estos bonos no son dinero. No circulan’ (Marx). Los bonos de cantidad de trabajo aportado son como entradas de teatro, de un solo uso.
Además, Marx asumió que, incluso en la primera fase del comunismo, la mayor parte del producto social total no se distribuirá a las personas de acuerdo con el tiempo de trabajo que realicen en forma de bonos, sino que se descontará para el uso común «desde el principio». Habrá servicios sociales ampliados (educación, servicios de salud, servicios públicos y pensiones de vejez) que se financiaran con deducciones del producto total antes de su distribución entre las personas. Por lo tanto, «lo que al productor se le priva en su calidad de individuo privado le beneficia directa o indirectamente en su calidad de miembro de la sociedad».
Tal consumo social, en opinión de Marx, «aumentará considerablemente en comparación con la sociedad actual y aumentará en proporción a medida que se desarrolle la nueva sociedad«. Y con una reducción radical de la jornada laboral, gracias al rápido desarrollo de la tecnología, el alcance de los bonos de cantidad de trabajo se reduciría sustancialmente con el tiempo.
Eventualmente «En una fase superior de la sociedad comunista, cuando haya desaparecido la subordinación esclavizadora de los individuos a la división del trabajo, y con ella, el contraste entre el trabajo intelectual y el trabajo manual; cuando el trabajo no sea solamente un medio de vida, sino la primera necesidad vital; cuando, con el desarrollo de los individuos en todos sus aspectos, crezcan también las fuerzas productivas y corran a chorro lleno los manantiales de la riqueza colectiva, sólo entonces podrá rebasarse totalmente el estrecho horizonte del derecho burgués y la sociedad podrá escribir en sus banderas: ¡De cada cual, según sus capacidades; a cada cual según sus necesidades!«
La transición
A partir de la Crítica, también podemos categorizar una economía de transición entre el capitalismo y el comunismo. Hay un período de transición política en el que el Estado no puede ser más que la revolucionaria «dictatura del proletariado». El término, la dictadura del proletariado, parece ajeno a la «democracia» como se usa ahora, pero para Marx y Engels fue simplemente una descripción de la toma del Estado y la economía por parte de la clase trabajadora.
El término, dictadura del proletariado, tiene su origen en el periodista comunista Joseph Weydemeyer, quien en 1852 publicó un artículo titulado «Dictadura del proletariado» en el periódico en alemán Turn-Zeitung. En ese año, Marx le escribió, afirmando: «Mucho antes que yo, los historiadores burgueses habían descrito el desarrollo histórico de esta lucha entre las clases, al igual que los economistas burgueses habían descrito su anatomía económica. Mi propia contribución fue (1) mostrar que la existencia de clases está simplemente ligada a ciertas fases históricas en el desarrollo de la producción; (2) que la lucha de clases conduce necesariamente a la dictadura del proletariado; [y] (3) que esta dictadura, en sí misma, no constituye más que una transición a la abolición de todas las clases y a una sociedad sin clases».
El capitalismo puede tender las trampas de la «democracia», con su mellado sufragio universal y su elección de dirigentes. En realidad, esta democracia es la dictadura del capital: el gobierno del capital financiero y los grandes oligopolios que controlan las instituciones «democráticas». La dictadura del proletariado significaría el gobierno democrático de la mayoría de los trabajadores que «dictan» al capital, no al revés.
Cuando se les pidió que dieran un ejemplo de dictadura del proletariado, tanto Marx como Engels respondieron: la Comuna de París. En el epílogo de 1891 del panfleto La Guerra Civil en Francia (1872), Engels declaró: «Bien, caballeros, ¿quieren saber cómo es esta dictadura? Miren la Comuna de París. Esa fue la dictadura del proletariado».

Para evitar la corrupción, Engels había recomendado que la Comuna hiciera uso de dos mecanismos. En este primer lugar, designar todos los puestos, administrativos, judiciales y educativos, mediante elección sobre la base del sufragio universal de todos los interesados, con el derecho de los mismos electores a revocar a su delegado en cualquier momento. Y, en segundo lugar, que a todos los funcionarios, altos o bajos, se les pagase el mismo salario que a otros trabajadores. De esta manera, se establecería una barrera efectiva contra el medro y el arribismo, más allá de los mandatos vinculantes a los delegados [y] a los órganos representativos, que también se agregaron en profusión.
El segundo principio de Engels era que los electos no deberían ganar más que los electores. Esto no solo es un potente elemento anticorrupción; también significa que el principio de que los trabajadores cualificados deben ganar más que los trabajadores no cualificados es un residuo de las relaciones de producción capitalista arcaicas. Los trabajadores tienen esas cualificaciones ya sea por sus cualidades inherentes (y no hay razón para recompensarlos por esto) o porque se han beneficiado del sistema educativo. En cualquier caso, no hay razón para recompensarlos más por esto. Los recolectores de basura son tan importantes para la sociedad como los profesores de economía, si no más.
Estas medidas son esenciales desde el principio para un Estado obrero en transición al comunismo. Lo más importante es que debe «desaparecer» progresivamente el poder estatal (ejércitos, policía, funcionarios). En este sentido, Marx hace la distinción esencial entre aquellos que realizan la función del capital (control y vigilancia) y aquellos que realizan la función del trabajo (coordinación y unidad del proceso de trabajo). Marx hace una analogía con una orquesta, donde el director musical coordina a los músicos. Los que realizan el trabajo de coordinación y unidad del proceso de trabajo no son gerentes en el sentido habitual. No supervisan ni vigilan, no son agentes del capital que explotan a los trabajadores en nombre del capital. Más bien, son miembros del trabajador colectivo. Aquellos que realizan el trabajo de coordinación y unidad del proceso de trabajo son lo opuesto a los gerentes en las relaciones de producción capitalista.
La producción en una economía de transición debería aumentar la producción de valores de uso, es decir, los bienes que los propios trabajadores decidan producir para satisfacer sus necesidades definidas por ellos mismos, por ejemplo, inversiones medio-ambientales en vez de armas. Esto requiere planificación y, por lo tanto, un proceso de decisión democrático. También requiere la propiedad común de los medios de producción, la toma de decisiones democráticas sobre las inversiones y la elección de las técnicas en los diversos procesos de trabajo que sean más adecuados para el pleno desarrollo del potencial de cada trabajador.
Estos principios son los indicadores clave de la democracia obrera en la transición al socialismo/comunismo. Su expansión o desaparición indica si una sociedad se está acercándose o alejándose del socialismo/comunismo.
Internacionalismo
La dictadura del proletariado puede comenzar en Estados nacionales concretos, pero dichos Estados no pueden progresar hacia el socialismo, es decir, la progresiva desaparición de la máquinaria del Estado para avanzar hacia la «administración de las cosas» a menos que la dictadura se extienda internacionalmente a las principales economías y, finalmente, a nivel mundial, como hizo el modo de producción capitalista.
La producción comunista no se hereda simplemente del capitalismo, por mero decreto o ley de un gobierno socialista recién elegido. Requiere «largas luchas, a través de una serie de procesos históricos, transformando circunstancias y hombres«. Entre estas circunstancias transformadas habrá «no solo un cambio de distribución, sino una nueva organización de la producción, o más bien la liberación (emancipación) de las formas sociales de producción… de su carácter de clase actual, y su armoniosa coordinación nacional e internacional«. Eso significa el fin del imperialismo y su reemplazo por una asociación de naciones basada en la planificación democrática y la propiedad común.
Con estos criterios, China no se está moviendo «hacia el socialismo». Es una economía de transición que no puede avanzar hacia el socialismo porque carece de las características esenciales de una democracia obrera como se describen en la Crítica; y está rodeada por el imperialismo. Está en una «transición cercada». Y está en una «transición cercada» que eventualmente podría retroceder, como ocurrió en la Unión Soviética. Para evitar eso y avanzar hacia el socialismo, China debe elevar sus niveles de productividad hasta los del núcleo imperialista para reducir las horas de trabajo, reducir la escasez y satisfacer las necesidades sociales, para poner fin al trabajo asalariado y al intercambio monetario. Pero eso no será posible sin revoluciones de la clase trabajadora en el núcleo imperialista que pueden establecer economías de transición a su vez, que permitan la planificación democrática de la producción y distribución a nivel mundial para la satisfacción de las necesidades sociales, rompiendo con la lógica del beneficio.
La Crítica se formuló en una breve carta escrita por Marx hace 150 años. En 2025, sigue siendo tan clara y relevante para entender el comunismo como la alternativa al capitalismo.
Traducción: G. Buster / Sin permiso