
por Tania Melnick*
El horror que hoy presenciamos no es un desvío de la política israelí: es su culminación brutal, premeditada y sistemática. El plan siempre estuvo ahí, inscrito en cada asentamiento, en cada bomba, en cada negación del derecho a existir. No se trata de defensa, sino de ingeniería demográfica y conquista territorial.
El verdadero objetivo siempre fue —y sigue siendo— el borramiento.
La Nakba de 1948 no fue solo una gran tragedia histórica. Fue una estrategia de limpieza étnica meticulosamente diseñada. La expulsión masiva de palestinos, la destrucción de aldeas, la reescritura de los mapas: no fue caos, fue coreografía colonial.
Hoy, Gaza y Cisjordania se han convertido en laboratorios del culto a la crueldad y a la muerte. Allí se prueba la eficacia del genocidio, del hambre como arma, del terror como herramienta de control. Se ejecuta, en tiempo real, el proyecto de hacer Palestina inhabitable.
Gaza no está solo sitiada: está siendo exterminada. En Cisjordania, los asentamientos hacen metástasis como un cáncer colonial que devora la tierra palestina. Colonos armados, amparados por el ejército israelí, llevan a cabo pogromos bajo el silencio cómplice de la comunidad internacional y de quienes no ofrecen más que condenas hipócritas.
El mensaje es claro: “váyanse si pueden… o mueran si insisten en quedarse”.
Esto nunca fue sobre Hamas. Nunca fue sobre rehenes. Mucho menos sobre la seguridad de los judíos.
Israel no lanza bombas de 900 kilos sobre edificios de viviendas para eliminar “terroristas”. Lo hace para quebrar la voluntad de resistir, para aterrorizar a la población civil hasta someterla y forzarla a huir, para borrar hasta la memoria de quienes habitaron esos lugares. Lo hace para borrar la presencia palestina hasta que no quede más que silencio y escombros.
Esto no es una política de seguridad. Es una doctrina de borramiento.
Y mientras caen las bombas y un pueblo está siendo borrado en tiempo real —con excavadoras, drones y hambre—, bajo el pretexto de la “autodefensa”, hay quienes todavía callan o se escudan en la farsa de la neutralidad.
La historia no tendrá piedad con ellos. Llegará el día en que se pregunte ¿Dónde estabas cuando Palestina sangraba? ¿Quién habló? ¿Quién calló? ¿Quién justificó, con cobardía, complicidad o indiferencia, y con la hipócrita doble moral de la diplomacia, esta carnicería?
Esto no es un conflicto. No es una guerra. No es defensa. Es un exterminio: una NAKBA.
Y si el mundo no actúa con honestidad, valentía y presión implacable, el último capítulo de la historia de Palestina no se escribirá con tinta. Se escribirá con sangre.
*La autora es vocera de Judíxs Antisionistas contra la Ocupación y el Apartheid, integrante de Global Jews for Palestine y de la Coordinadora por Palestina de Chile.