
por Luis Camilo Romero
Evo Morales fue y será sin dudas, la figura política más sobresaliente de los últimos años en América Latina, construida desde el esplendor de su propio temple, un imbatible líder indígena, que al pasar de los años simbolizó la victoria de los desposeídos, en su trayecto.
Todos resaltamos aquella valiente postura en defensa de la soberanía nacional que asumió en 2006: la nacionalización de los recursos naturales, pero también la expulsión del embajador estadounidense Philip Goldberg – denunciado por conspirar con los separatistas de la así llamada “Media Luna” en 2008.
Frente a los ataques y la desintegración promovida desde el Norte, todos respaldamos a Evo, quien denunció la injerencia, se solidarizó con sus revoluciones hermanas. Por ello su imagen creció como el mejor referente de los líderes del continente en el mundo.
Sin embargo, el declinar de su perfil y trayectoria llegó después de la victoria electoral de 2014 por insistencia de Álvaro García Linera, donde Morales decidió convocar a un referéndum constitucional que lo autorizara a quedarse como presidente de forma indefinida. Fue el 21 de febrero de 2016. Esa fecha quedó en la retina como el «21-F». Morales recibió un revés y la gente votó mayoritariamente por el No, lo que podemos calificar como el inicio de la derrota.
En octubre de 2019, valiéndose de un fallo constitucional postuló en las elecciones generales y Morales fue acusado de fraude electoral y una revuelta popular lo sacó del poder. Después de renunciar a su cargo de presidente se fugó a México.
Entre 2023 y 2024, los allegados a Evo prepararon una estrategia para desgastar al gobierno de Luis Arce, señalando que habría planes en contra de Morales como “el plan negro”, “plan pachajchu” y otros. Sería el 2024 y con él las peores derrotas que sufriría el evismo. Pero hubieron otras derrotas, más de 3 Marchas bajo el rótulo “para salvar a Bolivia” que, más allá de ésta última para inscribir a Morales, sin sigla, no tuvieron repercusión ni resultados concretos.
En esta línea del desgaste, surgió otra figura que salió de su propio territorio, casi de la misma estirpe de Morales. Se trata de Andrónico Rodríguez que desde el senado, fue cumpliendo el libreto a raja tabla para conspirar mediante un bloqueo sistemático, la aprobación de créditos y leyes en la Asamblea Legislativa.
Andrónico mostró en todo este tiempo tibieza para cortar el cordón umbilical con su mentor y apeló al silencio, más allá́ de sus lacónicos “no recibo órdenes de Evo”, “no soy títere de nadie”, “soy orgánico” o “no soy candidato de nadie”.
Andrónico, cuyo ascenso político generó esperanza y promesas de renovación, sucumbió a una oscura sombra de pragmatismo político que ha empañado su legado y deshonrado la memoria de aquellos que perdieron la vida durante los trágicos sucesos de 2019. Podemos afirmar que el “preso político” de quienes ambicionan el poder es el propio Andrónico que se ha sometido a esos caprichos y no van con ese proyecto revolucionario que más de una organización política estaba esperando.
Andrónico y la obsecuencia evista fue la personificación de la traición, en el blanco perfecto para, incluso, cerrar acuerdos con los partidos de la derecha en la Asamblea Legislativa Plurinacional.
La historia parece indicarnos que el tiempo se les acabó, tanto a Evo como para Andrónico, sobre todo para Evo.
Un presidente puede optar por el camino de intentar seguir influyendo buenamente en su país y más allá, considerando que por su grandeza, el ser humano está hecho de entradas y salidas mientras habite los tiempos y espacios de esta vida.
Es por ello que ya se anuncian otros tiempos que nos lleven a buscar nuevos rostros, otras miradas de la realidad, mucho mejor si son con gente que llega sin máscaras, con la plenitud de arriesgarlo todo y con el deseo de proponer nuevos proyectos para el futuro.
Es tiempo de dejar atrás ese infortunio que nos cerró los horizontes de creer en la esperanza, queremos rostros jóvenes con la fuerza de los que tienen fe en ese futuro, y que no se dobleguen frente a lo más difícil.
El desafío de apostar por un joven que, con tan solo 32 años nos demostró que pudo llevar a la cárcel a los gestores del golpe de 2019, Áñez, Camacho, Pumari y la Resistencia Juvenil. Son ellos que están ahí gracias al joven valiente que no le tuvo miedo a la reacción fascista que por más de dos veces lo amenazó incluso con matarlo.
Sin embargo, no faltaron los desubicados, los que por su ignorancia, su falta de argumentos, como el mismo Morales que le tacharon de agente de la CIA, insultos de todo calibre, por su cargo como ministro de Gobierno.
Sera él quien aplaste ahora a la casta fascista de dinosaurios que andan desesperados del poder en las elecciones de este año, tarea nada fácil si desde el norte se agita una estrategia de poner los nuevos Milei, Noboa o Boric en suelo boliviano.
Pero también sepultar las ambiciones de un caudillo obsesionado con el retorno, un presidente víctima de una emboscada sistemática desde que se hizo candidato, y una figura de nueva generación que no exhibió las necesarias cualidades de liderazgo y determinación de ponerse al frente de un proyecto político con vocación de poder, por eso, ya existe un proyecto nuevo en camino y esa es nuestra apuesta.
*Luis Camilo Romero, es comunicador boliviano para América Latina y el Caribe