
por Manuel Acuña Asenjo
¿’PROFECÍA AUTOCUMPLIDA’?
Los sucesos que rodean la investigación de la Fundación Procultura (Aquí ) me parecieron, por un momento, un aspecto más de lo que se acostumbra a denominar ‘profecía autocumplida’. No lo ha sido. No posee sus elementos. Una profecía autocumplida es la sentencia cuya sola enunciación provoca, de por sí, su ineludible realización.
En el caso de la investigación de la mencionada Fundación no concurren tales circunstancias, a pesar que parecen hacerlo. Ninguna constituye una ‘profecía autocumplida’ sino, apenas, el intento de realizar una investigación dirigida. Queremos decir, con ello, que se ha buscado dotar al enunciado de un conjunto de pruebas que puedan acreditar su veracidad. Una afirmación inducida. Por decir lo menos. En realidad, es algo peor.
ÉPOCA EN QUE SE SUCEDEN LOS HECHOS
Una circunstancia que raras veces se considera cuando se investigan ciertos hechos es el periodo por el que atraviesa la nación en donde ocurren. Chile vive actualmente un período eleccionario lo cual implica que atraviesa una fase en la que ciertos acontecimientos se ven fuertemente determinados por el comportamiento de los actores políticos. Y, en política —lo sabemos—, todo es posible. Incluso, lo imposible. Especialmente cuando se disputa la más alta magistratura de la nación. Los partidos políticos representan (en teoría) los intereses de determinadas clases o fracciones de clase. En la escena política nacional, por lo mismo, nadie es neutral. No lo son los agentes del Estado ni mucho menos la representación política de las clases dominantes como, asimismo, quienes alegan ser la de los sectores dominados. Todos se encuentran allí para cumplir un rol determinado, en beneficio propio o en el de ciertos sectores. Aunque aleguen lo contrario y reivindiquen para sí una neutralidad que raras veces se manifiesta. Por consiguiente, cuando se investiga un hecho o circunstancia, el procedimiento no está exento de la formulación de juicios previos, de sospechas o resquemores. Así, el terreno se encuentra fértil para la aparición de ciertas prácticas que pueden malograr acciones; entre otras, la independencia de los demás poderes del Estado, especialmente cuando los nombramientos de determinados agentes dependen de lo que pudieren resolver aquellos.
Semejante situación es grave. Cuando se presenta, puede inducir a cometer las más abyectas abominaciones. La suposición toma el lugar de la verdad y ésta, para ser probada, se sustenta en una concatenación de pre-juicios . Todo aparece lógico y, no obstante, carece de toda lógica.
UN RECUERDO DE LA EDAD MEDIA Y OTRO DE LA ÉPOCA ACTUAL
Cuenta un maestro que, en la Edad Media, no pocos tribunales juzgaban a los criminales con la sola circunstancia de otear su rostro. Por eso decían: ‘Facia visa, capite examinata, sed condemno ad catenas, sed condemno ad horcas’ (‘He visto tu rostro, examinado tu cabeza, y te condeno a la prisión o a la horca’). La condena dependía del rostro del prisionero. ¡Vaya manera de juzgar!…
Esta forma de analizar al semejante tan sólo por su apariencia física o por lo que pudiere, eventualmente, hacer, no ha llegado a su término. Aún supervive. Y nos trae a la memoria el recuerdo de aquel otro maestro quien, al empezar sus lecciones de Literatura, saludaba a sus alumnos para soltar de inmediato un consabido: ‘Fuera Gúiñez’. El aludido levantaba las cejas, asombrado por haber sido mencionado e intentaba alegar: ‘Señor…’ El maestro no lo dejaba continuar; movía su cabeza en forma negativa y repetía, impertérrito, como si se tratara de una letanía: ‘Fuera Guiñez’. Entonces, el alumno, sacaba valor, esta vez para preguntar con un hilo de voz: ‘Pero, ¿por qué, señor?’ Y el maestro respondía con sorna: ‘Porque me vas a molestar, Gúiñez. Así que, fuera’. Era aquella la superación in situ de la justicia: tomar decisiones sin argumentos que las respalden, juzgar, resolver, sin haber acreditado la circunstancia que obligaba a tomar esa determinación constituye la más excelsa sacralización de la arbitrariedad. Como, también, condenar antes que se cometan las faltas. Pero hay más.
INVERTIR EL MÉTODO PROBATORIO
Condenar de antemano y, luego, buscar las pruebas para corroborar lo enunciado no es una profecía autocumplida. Es la demolición de la lógica. El imperio de la arbitrariedad. El reinado de las suposiciones y la ignorancia. Condenar una conducta, una creencia, una actitud, solamente por simples conjeturas, por considerarlo así quien va a realizar la investigación del hecho o quien va a aplicar el castigo, es la negación misma de la humanidad. Una conducta que el reciente fallo de la Corte de Apelaciones de Antofagasta, muy bien la sindica como “propia (s) de tiempos pretéritos de la República”, en una directa alusión a las prácticas que se realizaban bajo la dictadura pinochetista. O como lo señala un autor, “[…] un parafraseo a los textos legales acaba por sustituir el razonamiento jurídico, donde un lenguaje burocrático y circular acabó por justificar la interceptación telefónica”.
Pero lo más grave de esta conducta radica en que su elemento central lo constituye el amplio predominio que en el ánimo de los sujetos ejercen sus emociones, lo que la hace aún más peligrosa, pues induce a quien la experimenta a cometer acciones abyectas o malsanas, que es la manera definitiva de romper con la convivencia política a través de la incitación del odio y la violencia.
¿INCURRIÓ COOPER EN ESTAS PRÁCTICAS?
Nos parece que sí, que sí lo hizo. Por una parte, así lo manifiesta con franqueza un analista: “Lo más preocupante de esta crisis argumentativa es que no se trata de meras imprecisiones formales, sino de verdaderos vacíos de justificación”.
Hay, no obstante, algo más; también juegan las inquinas, aversiones, desconfianzas, todo lo que puede generar distanciamiento entre seres humanos. Ese mismo analista nos señala en uno de los medios de comunicación alternativos que a diario se publican en nuestro país que el referido fiscal no sentía, en absoluto, simpatía alguna por Alberto Larraín, de quien era, por el contrario, ‘su enemigo jurado’. Entonces, ya no se trata solamente de encontrar argumentos para apoyar una hipótesis, sino de vaciar antipatías, animadversiones, prejuicios en contra de una persona.
“Si la caída de Alberto Larraín tiene algo de novela decimonónica, no lo es menos el ascenso de su enemigo jurado Patricio Cooper, un fiscal de provincia que vio, en medio del expediente una escalera. Y la empezó a subir con pasos rápidos, presurosos, mal calibrados. Confundiendo fondos públicos con privados, sospechas con evidencias, y lo peor: confundió una frase jactanciosa con una confesión”.
No es extraño que así sea. Es una conducta que ha comenzado a hacerse cotidiana. Por la magia de la repetición puede hacerse costumbre y, por lo mismo, ‘normal’. Hasta convertirse en una epidemia.
“Cooper no ha innovado. Otros fiscales antes que él ya habían hecho de la filtración selectiva una forma de intervención política, un modo de capturar el relato antes que los hechos. Pero pocos se habían atrevido a tanto con tan poco. Pocos, como Patricio Cooper, han investigado para confirmar aquello que ya creían antes de investigar. Pocos han confundido con tanto entusiasmo la hipótesis con la prueba, y el presentimiento con el expediente”.
PREJUICIOS EN LA DISCUSIÓN DE LAS REGLAS DEL USO DE LA FUERZA.
Esta conducta no ha estado ajena a la discusión de lo que se ha dado en denominar ‘reglas del uso de la fuerza’. Los resultados no pueden ser más desastrosos.
En efecto, los argumentos empleados para dilucidar ciertos aspectos relativos al uso de la fuerza en contra de la población por parte de los institutos armados han estado orientados por falsedades, descalificaciones y prejuicios. En algunos de los casos, se ha llegado a expresar abiertamente imputaciones falsas como las que indica un comentarista de ascendencia armenia. En efecto, refiriéndose a las reglas que se deben observar cuando el monopolio —que el Estado tiene sobre el uso de la fuerza—, se usa en sus propios ciudadanos y connacionales —que han delegado en el Estado su derecho a usarla—, sostiene que ciertos sectores (los suyos, probablemente) se alarman cuando “ […] la izquierda y grupos anarquistas acompañados de delincuentes se lanzan a la calle a causar desórdenes y destrucción”.
Eso no es analizar sino acusar. La trilogía diabólica que denuncia (‘izquierda’, ‘anarquismo’ y delincuencia) parece ser uno de los más importantes elementos a considerar para una discusión sobre el uso de la fuerza por parte de los institutos armados. Para el analista. Pero eso no es todo: se hace necesario tergiversar la historia, recurrir a la historia (alterada, por cierto) y acusar al Gobierno de Allende de haber usado ‘ilegítima y descontroladamente’ esa fuerza. Así, señala que a los sectores de ‘derecha’, “[…] la izquierda les aplicó ilegítima y descontroladamente la fuerza del Estado cuando salió a protestar contra el gobierno marxista de Salvador Allende. Lanzando no solo las policías, sino también a militares y grupos afines a atacar a mujeres que protestaban contra el desabastecimiento y la imposición de un modelo marxista comunista de sociedad”.
Eso es falso. Ningún Gobierno usa la fuerza de esa manera pues la constitución le otorga al Jefe de Estado el mando supremo de los institutos armados. Y la construcción de esa categoría ‘modelo marxista comunista’ no parece muy académica; parece, más bien, responder a la misma indigencia conceptual de Pinochet cuando recurría a expresiones un tanto incoherentes como aquella del ‘comunismo leninismo’.
Reflexionar con las glándulas suprarrenales y no con el cerebro conlleva a abominaciones conceptuales, a convertir al analista en hazmerreir de quienes buscan, en cierta medida, explicaciones a los fenómenos que ocurren en la sociedad. Aunque no queden del todo satisfechas, pues nadie puede alegar ser poseedor de la verdad.
UNA INTERROGANTE
¿Se puede ejercer justicia con semejantes lastres ideológicos? ¿Se puede hacer política con este tipo de manías? ¿Puede nuestro pobre país liberarse de este tipo de sujetos que anteponen sus odios y rencillas al bienestar nacional? ¿Dónde quedan esos valores tradicionales que hicieron grande al país, como lo son el servicio público y el bienestar de todos los chilenos, cuando en la cúspide del mando se reacciona de manera tan grosera?
La justicia chilena no ha evolucionado. Es decir, tal vez, sí. Porque parece haber recorrido una dirección inversa. Contagiada, probablemente, por la intromisión constante de los otros ‘poderes’ del Estado en la nominación de los jueces y fiscales. Por una parte. Por otra, tal vez por el predominio absoluto que ejercen sobre la forma de vida de la población los principios que estableciera la forma de acumulación de la dictadura pinochetista, entre otros, el individualismo y el mercantilismo. Si es así, no está de más tener presente las palabras de Julius Fucik cuando exclamaba, desde su prisión, observando los destrozos del nazismo: “¡Qué cosecha espantosa saldrá de esta siembra terrible!”
En períodos de efervescencia electoral, como el que Chile atraviesa en estos meses, tal vez no sea descabellado, más que elecciones, pensar en un cambio social diferente. Una reflexión que nos lleve a imaginar una sociedad asentada sobre principios alejados de aquellos que nos han regido durante tantos años y nos haga volver los ojos hacia la solidaridad, la cooperación, la ayuda mutua, el respeto por la vida y honra de los demás. Una sociedad para seres humanos, no para mercaderes.
Notas
Redacción: “Las razones de fondo para remover al fiscal Cooper”, ‘El Clarin’, 18 de mayo de 2025.
Beltrán Román, Victor: “Interceptaciones telefónicas en el caso de ProCultura y la crisis de control en el proceso penal”, CIPER, 21 de mayo de 2025.
Gumucio, Rafael Luis (hijo): “Alberto Larraín y Patricio Cooper: el baile de los vampiros”, ‘The Clinic’, 17 de mayo de 2025.
Kouyoumidjian, Richard: “reglas para el uso de la fuerza”, ‘El Libero’, 14 de mayo de 2025.
Hasta el día de hoy ninguno de sus seguidores ha sido capaz de explicar qué es eso de ‘comunismo leninismo’. ¿Podrá el analista de marras explicar, por su parte, qué quiso decir con eso de ‘modelo marxista comunista’?