
por Michael Roberts
La guerra comercial del presidente estadounidense Donald Trump ha obligado a los gobiernos de las restantes grandes economías a reconsiderar todo el régimen comercial internacional y monetario. Las «reglas» del comercio internacional establecidas durante los últimos 40 años de la llamada globalización han sido destruidas y las instituciones internacionales (el FMI, el Banco Mundial, la ONU) creadas después de la Segunda Guerra Mundial por los Estados Unidos (con el apoyo del Reino Unido) en Bretton Woods, New Hampshire, junto con la Organización Mundial del Comercio (OMC), han sido dejadas de lado.
La semana pasada, la Organización de Cooperación y Desarrollo Económicos (OCDE), el grupo de expertos de las 30 principales economías capitalistas avanzadas, se citó en París para su reunión anual. Fue una reunión sombría. Las medidas arancelarias unilaterales de Trump y su intento de obligar a los países a renegociar los acuerdos comerciales habían hecho temblar a los asistentes. Trump está sugiriendo que el comercio internacional no requiere acuerdos o agencias multilaterales para funcionar ni mecanismos de mediación para resolver las disputas. Según el Financial Times, el mensaje estadounidense es inconfundible: «Tenemos un gran déficit comercial que tenemos que corregir; lo que importa es el poder unilateral, que tenemos», dijo un diplomático que asistió a reuniones con el representante comercial de EEUU, Jamieson Greer. «Así es como será el mundo, así que será mejor que se acostumbren».
Curiosamente, muchos economistas de izquierda han comenzado a aceptar cada vez más que Trump y los Estados Unidos tienen algo de razón: el comercio internacional y los «equilibrios» financieros (es decir, los excedentes y déficits, los créditos y débitos) son malas noticias para el capitalismo y tal vez sea hora de ponerles fin. Verá, según esta tesis, las crisis en el capitalismo no son causadas por caídas en la rentabilidad del capital o incluso por la «deuda excesiva» de ningún país, sino por desequilibrios internacionales: algunos países tienen excedentes comerciales demasiado grandes con otros y algunos países tienen déficits también demasiado grandes.
Robert Skidelsky, el reconocido biógrafo de Keynes, escribió justo después del final de la Gran Recesión: «los desequilibrios globales jugaron un papel a la hora de causar la grave crisis crediticia de 2008-9. Pero también son peligrosos en sí mismos. Pueden conducir a reversiones desordenadas provocadas por grandes movimientos de capital; y también pueden provocar restricciones comerciales. Es casi seguro que la continuación de los desequilibrios globales de 2006 habrían llevado a una crisis del dólar o a un frenesí proteccionista si la burbuja crediticia no hubiera implosionado primero. Los desequilibrios ahora han disminuido, pero podrían producirse de nuevo cuando la economía mundial se recupere. Por lo tanto, siguen siendo un problema potencial grave».
La izquierda keynesiana está intentado revivir la idea olvidada hace mucho de Keynes de 1941 de que los gobiernos deberían establecer una «casa de compensación» internacional para los países, de manera que cualquier excedente o déficit comercial se convierta en créditos y débitos medidos en una unidad de moneda internacional, llamada «bancor». Tal cámara de compensación permitiría la estabilidad económica mundial en contraste con la anárquica guerra comercial de Trump. El «objetivo principal» de la unión internacional de compensación, dijo Keynes, «se puede explicar en una sola frase: facilitar que el dinero ganado al vender bienes a un país se pueda gastar en la compra de productos de cualquier otro país. En la jerga, un sistema de compensación multilateral». Esto eliminaría la necesidad de compensación bilateral entre países. En cambio, todos los bancos centrales nacionales mantendrían una cuenta bancaria en esta Unión Internacional de Compensación (UCI) para los excedentes o déficits de su país.
La característica esencial del plan de Keynes era que a los países acreedores no se les permitiría retener el dinero de sus excedentes comerciales, ni cobrar tasas de interés punitivas por prestarlos; más bien, estos excedentes estarían disponibles automáticamente como facilidades de sobregiro baratas para los deudores a través del mecanismo de la UCI. Cada moneda nacional tendría una relación fija, pero ajustable, con una unidad de bancor, que a su vez tendría una relación fija con el oro como medida de valor aceptada internacionalmente.

Los países con excedentes comerciales/acreedores persistentes intentarían reducir sus superávits revalorando sus monedas y desbloqueando cualquier inversión de propiedad extranjera. Para forzar esto, la UCI les cobraría tasas de interés crecientes sobre los créditos (superávits) acumulados por encima de un cierto nivel de la cuota acordada. Cualquier saldo de crédito que superase la cuota al final del año sería confiscado y transferido a un Fondo de Reserva en la UCI. En el otro lado de la ecuación, los países con déficit persistente tendrían que depreciar sus monedas y prohibir las exportaciones de capital. También se les cobrarían intereses sobre los débitos excesivos (déficits) por encima de cierto nivel. El objetivo sería lograr un equilibrio comercial perfecto para todos los países al final del año con la suma de los saldos en bancor (créditos-débitos) exactamente a cero.
Keynes señaló un problema en el intento de lograr un equilibrio comercial internacional. En los «mercados libres», cualquier ajuste comercial era «obligatorio para el deudor, pero solo voluntario para el acreedor». Si el acreedor no decide hacer o permitir su parte del ajuste, no sufre ningún inconveniente: si bien las reservas de un país no pueden caer por debajo de cero, no hay techo que establezca un límite superior. Lo mismo ocurre si los flujos de capital privado son los medios de ajuste. «El deudor debe pedir prestado; pero el acreedor no tiene ninguna… obligación [de prestar]».
Esto es un problema, efectivamente. ¿Por qué los países con superávits comerciales en bienes y servicios renunciarían a esas ganancias monetarias a favor de algún banco de compensación internacional que las transferiría a aquellos países con déficits para reducir los flujos de capital internacional que (aparentemente) son la causa de crisis en la producción y la inversión a nivel mundial? En Bretton Woods en 1944, los Estados Unidos era el principal acreedor excedentario y el representante estadounidense Harry Dextor White vetó el plan Bancor de Keynes. Ahora, en 2025, son China y Europa los acreedores excedentarios y Estados Unidos tiene un gran déficit. Pero, ¿Trump o China apoyarían la pérdida de control sobre la distribución de los ingresos del comercio a favor de un banco internacional dirigido por algún grupo supuestamente neutral de burócratas?
En 2025, tanto Trump como los keynesianos aceptan que los desequilibrios en el comercio deben eliminarse; Trump porque quiere mantener el dominio global de la economía estadounidense y sus empresas multinacionales en los mercados mundiales y los keynesianos porque piensan que el comercio internacional y los desequilibrios monetarios son la causa de la inestabilidad económica mundial.
Algunos keynesianos van tan lejos como aceptar el argumento de los asesores MAGA de Trump de que los países comerciales excedentarios, China en particular, son los culpables de esta inestabilidad internacional. Michael Pettis argumenta que China y países similares tienen superávits comerciales porque han «reprimido la demanda interna para subsidiar su propia industria manufacturera», y así han provocado el excedente comercial manufacturero que debe «ser absorbido por aquellos de sus socios que ejercen mucho menos control sobre sus balances comerciales y de capital». Así que es culpa de China (o hasta hace poco de Alemania) que haya desequilibrios comerciales, no de la incapacidad de la industria manufacturera estadounidense para competir en los mercados mundiales en comparación con Asia e incluso Europa.
En 2010, Skidelsky argumentó que «los países emergentes (China – MR) han descubierto las ventajas del crecimiento impulsado por la exportación. Esta estrategia ha producido muchos beneficios para estos países, pero sufre de una falacia de origen; los excedentes de exportación deben producir déficits de las contrapartes en otros lugares». En otras palabras, los excedentes de China han causado el déficit de Estados Unidos y los altos ahorros de China han causado demasiado consumo en los Estados Unidos. Skidelsky: «Esta es ciertamente una descripción plausible de la situación a mediados de esta década: el «exceso» de ahorros en partes del mundo provocó una respuesta expansiva keynesiana en los Estados Unidos, que amplió los desequilibrios globales. Por supuesto, el día del ajuste tiene que llegar al final y tiene el potencial de ser fuertemente deflacionario para todo el mundo, ya que la carga del ajuste recaería en los países deficitarios».
Lo que realmente está diciendo Skidelsky es que las economías de mercado capitalistas no crecen de ninguna manera de forma armoniosa y equilibrada; por el contrario, hay una competencia continua entre «hermanos hostiles» en los mercados globales. Al igual que en los mercados nacionales, los más fuertes, mejor organizados y aquellos con tecnología más productiva, ganan a expensas de los más débiles. Los desequilibrios son materia de acumulación capitalista. La idea de que los «desequilibrios» se pueden resolver a través de alguna macrogestión organizada por un banco central no ha funcionado dentro de los países; y es aún menos probable que lo haga en los mercados internacionales. Los desequilibrios internacionales son el síntoma o resultado del desarrollo desigual de muchos capitales que compiten entre sí; no son la causa de las crisis económicas
De hecho, Skidelsky insinuó eso. «Hay desequilibrios tanto «buenos» como «malos». Por un lado, la ventaja de la globalización es que permite que los ahorros fluyan hacia donde la tasa de retorno de las nuevas inversiones es más alta. Por otro lado, los desequilibrios pueden ser un síntoma de distorsiones en las señales de precios en la economía, lo que lleva a patrones insostenibles de flujos de capital y gastos que son costosos de corregir». Eso resume la base desigual del desarrollo económico capitalista. Ese desarrollo desigual de la rentabilidad no desaparecería incluso si el comercio de bienes y servicios de cada país estuviera equilibrado con todos los demás. Todavía habría un intercambio desigual de valor en el comercio, ya que las economías y empresas de mayor tecnología extraían valor excedente de países y empresas de menor tecnología. La dimensión de valor de los desequilibrios internacionales está totalmente ausente de la teoría keynesiana.
Bajo el capitalismo, siempre hay desequilibrios de valor entre las economías, no porque el productor más eficiente esté «forzando» un déficit comercial sobre los menos eficientes, sino porque el capitalismo es un sistema de desarrollo desigual y combinado, donde las economías nacionales con costos más bajos pueden ganar valor en el comercio internacional de los menos eficientes. Lo que realmente preocupa a los capitalistas estadounidenses (y a Trump a su manera) no es que los países excedentes estén obligando a los Estados Unidos a emitir dólares para pagar sus déficits; es que China está cerrando la brecha en productividad y tecnología con los Estados Unidos y, por lo tanto, reduciendo la transferencia de ganancias a los Estados Unidos y amenazando el dominio económico de los Estados Unidos (ver este gráfico de transferencia de valor a continuación).

Ver: https://hal.science/hal-04367750/document
Lo mismo ocurre con el argumento ridículo pero continuamente repetido de que la desaceleración del crecimiento económico en las principales economías es causada por los países excedentes que «ahorran demasiado». Si sus hogares, empresas y gobiernos solo gastaran más (consumir, no ahorrar), según este argumento, entonces los desequilibrios desaparecerían y la economía mundial crecería más rápido. Pero no es el ahorro excesivo de las economías emergentes la causa de la desaceleración del crecimiento económico en las principales economías, sino la muy poca inversión en esta última.
No ha habido un «exceso» de ahorro global, sino una escasez de inversión. No hay demasiado beneficio (ahorros excedentes), sino muy poca inversión. Desde la década de 1980, el sector capitalista en las economías capitalistas avanzadas (OCDE) ha reducido su inversión en relación con el PIB en 4% puntos, y particularmente desde finales de la década de 1990 y después del final de la Gran Recesión. La relación ahorros/PIB en las economías avanzadas cayeron solo un 1% punto durante el mismo período.

Fuente: FMI
A medida que la rentabilidad cayó a finales de la década de 1990, la inversión disminuyó y el crecimiento tuvo que ser impulsado por una expansión del capital ficticio (crédito o deuda) para impulsar el consumo y la especulación financiera e inmobiliaria improductiva. La causa de la Gran Recesión y la posterior débil recuperación no fue una falta de consumo o un exceso de ahorro, sino un colapso de la inversión.
En 2011, justo después del final de la Gran Recesión, el entonces gobernador del Banco de Inglaterra, Mervyn King, argumentó que «no hay un gobierno mundial que imponga «reglas del juego» para internalizar las externalidades» (es decir, eliminar los desequilibrios – MR). Así que la solución solo se puede encontrar en la cooperación entre las naciones. …. ¿Crearemos una economía mundial más estable? Los próximos años proporcionarán la respuesta. Y serán, como dicen nuestros amigos chinos, tiempos interesantes».
Ya sabemos la respuesta a esa pregunta. ¿Qué país va a aceptar ser multado o que se le confisque los beneficios de sus exportaciones, ganados con tanto esfuerzo, porque ha tenido «demasiado éxito» en los mercados mundiales? ¿Los chinos? ¿Y qué país va a aceptar que será multado u obligado a devaluar su moneda porque tiene un déficit comercial demasiado grande? ¿Los Estados Unidos?
Lejos de buscar una cooperación internacional que busque poner fin a los desequilibrios comerciales, las principales economías se preparan para una guerra comercial total (para acompañar sus crecientes preparativos para una guerra militar). ¿Qué concluyó la reunión anual de la OCDE sobre las posibilidades de tal cooperación internacional?«Realmente estamos donde estábamos antes de la reunión, que es en ninguna parte», dijo el jefe de la Organización Mundial del Comercio (OMT). La idea utópica del Bancor fue vetada en 1941; y si los keynesianos la plantean de nuevo, sufrirá el mismo destino.
Traducción: G. Buster
Imagen, Pixabay