
por Carlos Gutiérrez P.
La cumbre de la OTAN realizada los días 24 al 26 de junio en la ciudad de La Haya es la mejor demostración de la caricatura en que se ha convertido Europa.
No solo organizaron un evento a la medida del presidente estadounidense Donald Trump, en lo protocolar y en el contenido, sino que un vasallaje personalizado en la figura del Secretario General de la OTAN Mark Rutte usando una fraseología patriarcal e indecorosa, que ya había enviado a través de mensajes de texto en las redes sociales tratándolo de “Papi”, y que el propio Trump se encargó de difundirlo, para hacer aún más patente el servilismo, cuestión clave en la relación con aquella figura.
Razón tenía el presidente Vladimir Putin cuando les dijo en una entrevista hace 5 meses:
“Les aseguro que Trump restaurará el orden rápidamente. Y verán que pronto todos estarán de rodillas ante su amo, meneando suavemente la cola. Todo volverá a su lugar. Estaban felices de obedecer las órdenes de Joe Biden, estarán felices de obedecer las órdenes del nuevo amo”.
Hasta el presidente ucraniano Zelensky dejó de lado su estética guerrerista y abandonó su habitual uniforme verde oliva para usar un elegante y sobrio traje negro.
Todo lo caracterizó muy bien el diario The Telegraph que tituló al evento como “el arte del servilismo calculado” y afirmando que “la cumbre de La Haya fue diseñada con un solo propósito: satisfacer los deseos y necesidades de Trump”.
Al aceptar aumentar el gasto militar a cambio de la continua participación estadounidense en el bloque, los europeos «le dieron a papá todo lo que quería, mientras lo cubrían con un servilismo ostentoso», continuó el comentario del periódico británico.
El columnista de Bloomberg e historiador militar, Max Hastings, calificó la cumbre como «una fiesta de amor con un objetivo: impedir que el presidente norteamericano más impulsivo y excéntrico de la historia tire los juguetes de la OTAN por la borda».
Edward Lucas, columnista del Times, cree que los líderes de la alianza «tienen más miedo de Donald Trump que de Vladimir Putin».
Los temores de un fracaso de la cumbre de la OTAN habían cobrado un alto grado de preocupación y se vieron intensificados por la exabrupta retirada de Trump de la reunión del G7 en Canadá. El discurso oficial fue que el presidente estadounidense había interrumpido formalmente su estancia para regresar a Estados Unidos debido a la guerra en Oriente Medio. Pero, el diario Financial Times informó, citando fuentes familiarizadas con el asunto, que la decisión de irse se debió «en parte a la irritación con el presidente francés Emmanuel Macron», así como a «la falta de interés del presidente estadounidense en reunirse con el líder ucraniano».
Así entonces, la cumbre de La Haya tenía que ser preparada minuciosamente para evitar nuevamente una situación parecida de enfrentamiento con Trump, y, por lo tanto, debían ocultarse las crecientes divergencias con los aliados en materia de comercio internacional, sobre la situación con Rusia y las tensiones en Oriente Medio.
La agenda fue preparada concienzudamente para evitar los puntos que dividían: se canceló la reunión del Consejo de la OTAN sobre Ucrania; se eliminó de la agenda su adhesión a la alianza; se eliminó el lenguaje rusófobo; la presencia del presidente Zelensky, el protagonista indiscutible de las últimas cumbres, se limitó a la foto de grupo y la cena inaugural. Este solo tuvo un breve espacio de reunión bilateral con Trump, el que aparentemente fue intrascendente.
Finalmente se llegó a los únicos acuerdos que importaban, uno para Europa y el otro para
Estados Unidos. Para Europa lo fundamental era volver a asegurar el compromiso total y no interpretable sobre el artículo 5 del Tratado, referente al apoyo mutuo en caso de ataque a alguno de los miembros.
Desde el inicio del gobierno de Trump con las ambivalencias que planteó respecto a que la defensa europea era asunto de los europeos, ha estado presente el temor a que esa ostentosa ambigüedad sobre la validez y obligatoriedad del artículo 5° pudiera aplicarse y, por lo tanto, la famosa disuasión perdiera credibilidad.
Más aun teniendo en cuenta que las capacidades militares de la OTAN no son las mismas si no está presente Estados Unidos, ya que es bien sabido que solo las europeas no serían suficientes.
Todos hemos sido espectadores de las continuas súplicas europeas por la participación estadounidense en la coalición anti Rusia, y de sus famosas amenazas de desplegar fuerzas en el territorio ucraniano siempre y cuando el gigante americano los proteja con apoyo aéreo y asegure la cadena logística.
Por lo tanto, países como Estonia o Lituania o Finlandia solo podrán hacer valer el paraguas nuclear estadounidense si el Pentágono está realmente dispuesto a utilizarlo para defenderlos ante una agresión.
Pero… ¿es seguro que los estadounidenses están dispuestos a morir por Tallin, Riga o Helsinki?
De esa forma no ha sido casualidad que en el primer punto de la declaración de la cumbre los Estados miembros reafirmen enérgicamente la cláusula de defensa mutua:
“Reafirmamos nuestro compromiso inquebrantable con la defensa colectiva, consagrado en el Artículo 5 del Tratado de Washington: un ataque contra uno es un ataque contra todos. Mantenemos la unidad y la firme determinación de proteger a nuestros mil millones de ciudadanos, defender la Alianza y salvaguardar nuestra libertad y democracia”.
Para Estados Unidos, lo importante estaba relacionado con el aumento del gasto en defensa por parte de los países europeos, para llegar al 5 % del PIB. Si bien la proposición inicial era cumplirlo al año 2030, este se corrió a un conveniente 2035.
Es bien sabido que el beneficiario principal de este aumento del gasto será Estados Unidos, todo el discurso de invertir en defensa se puede traducir a la lógica de “compren nuestros productos”.
Según el Instituto Internacional de Estudios para la Paz de Estocolmo, más de la mitad del arsenal de los países de la OTAN depende de Estados Unidos, entre el 2020 y el 2024, el 64 % de las armas fueron importadas del país norteamericano.
Pero, el problema no será de tan fácil solución, ya que todavía hay varios países que no cumplen el acuerdo original de estar gastando el 2 % del PIB.
Esta nueva meta supone más del doble de los gastos militares actuales, ya de por sí muy elevados. La política de porcentajes exime a los miembros de la OTAN y a sus gobiernos de realizar un análisis de amenazas serio e intelectualmente decente. En estos tiempos difíciles, basta con referirse a Rusia como una amenaza.
Además, debe sumarse a la ecuación las bien escondidas diferencias al interior de la organización, que solo se atrevió a hacerla pública el gobernante español descartando su compromiso de gastar el 5 % (se comprometió al 2.1 %), y que le significó la humillación colectiva y la amenaza de Trump (le acusó de haberse convertido en un problema).
Habrá que ver hasta dónde puede aguantar España la presión, y si en este largo camino aparecen otras crisis de insolvencia nacionales.
Todo este acuerdo de considerable gasto militar tendrá un complicado efecto para los pueblos europeos, que se verán privados de los pocos derechos sociales, servicios y libertades que aún disfrutan, y por el cual cada vez más sectores sociales se disputan, entre ellos las masivas olas migratorias.
Hasta ahora ningún líder europeo ha dicho explícitamente de dónde saldrá el incremento presupuestal para cumplir con la meta del gasto del 5 % en defensa.
Tampoco es claro que toda esta inmensa cantidad de recursos anunciados redunde en mayor seguridad, ya que esta no solo depende de la variable financiera, sino de un conjunto de decisiones y modernizaciones que no se avizoran en el marco europeo.
Hasta ahora son declaraciones sueltas como volver a la conscripción obligatoria, aumentar la producción armamentística y otros. Pero es sabido que el problema es más estructural, sobre todo en el campo logístico, mando y control, inteligencia estratégica, las nuevas lógicas combativas del campo de batalla y sobre todo la definición doctrinaria común que debe superar las correspondientes especificidades nacionales que tanto gustan de privilegiar.
Todos los anuncios en defensa deben contrastarse con la propia realidad de las fuerzas armadas nacionales, muchas de las cuales están en condiciones bastante magras y otras son irrisorias, pero además hay que evaluar la realidad sociológica de las actuales sociedades europeas seguramente poco inclinadas a nuevas obligaciones como el servicio militar o sentir cercanía sobre el drama de la guerra.
Por supuesto que convenientemente junto a todo esto también debe estar acompañado del correspondiente relato sobre el “enemigo o la amenaza” frente a la cual hay que gastar tanto dinero.
Ahí aparece “la amenaza rusa”, basada solo en la histórica rusofobia de algunos líderes y culturas nacionales, y más de algún “informe de inteligencia”, como han sido los mencionados del Reino Unido y de Alemania. Los mismos que con seriedad anunciaban a los meses de iniciado el conflicto que se agotaba el stock militar ruso, o que llevan más de un millón de bajas, o que la economía estaba quebrada.
Por supuesto, la retórica más contingente y la que le da sentido a su actual política está relacionada con el conflicto en Ucrania, afirmando que “Los Aliados reafirman su compromiso soberano y duradero de brindar apoyo a Ucrania, cuya seguridad contribuye a la nuestra, y, para tal fin, incluirán contribuciones directas a la defensa de Ucrania y a su industria de defensa en los cálculos del gasto de defensa aliado”.
Han entrado totalmente en la lógica del conflicto en su frontera oriental, y Trump les ha entregado la responsabilidad total sobre aquello, para de esa forma quedar en libertad de acción y concentrarse en su competidor principal que es China. Se dice que Rusia representa una “amenaza a largo plazo para la seguridad euroatlántica”.
Ambos sirven, algunos de forma sigilosa, otros con métodos arrogantes, a los intereses del capital que, si bien en la fase actual son principalmente los del capital financiero vinculado a la industria bélica, también han significado, desde hace tiempo, un impulso hacia un militarismo desenfrenado.
«El militarismo moderno es un producto del capitalismo», escribió Lenin en 1908 en su obra «Militarismo militante y las tácticas antimilitaristas de la socialdemocracia».
Y esto también significa que, en ambas formas, es una «manifestación vital» del capitalismo: como fuerza militar empleada por los Estados capitalistas en sus conflictos externos, y como arma que, en manos de las clases dominantes, sirve para reprimir todo tipo de movimiento (económico y político) del proletariado.
Confirmación de ello son hoy las normas político-policiales y las agresiones contra toda manifestación de disenso, los ataques liberticidas a los derechos sociales, laborales y a la vida, la preparación psicológico-represiva de la conciencia social para la guerra y la imposición reaccionaria del deber de aceptar cualquier medida encaminada a rebajar el umbral para desencadenar la guerra.
El militarismo, en resumen, dijo Lenin, «es el arma principal de la dominación de clase de la burguesía y de la subyugación política de la clase obrera» y las guerras “tienen sus raíces en la sustancia misma del capitalismo y cesarán sólo cuando el régimen capitalista deje de existir o cuando la magnitud de los sacrificios humanos y financieros que exige el desarrollo de la tecnología bélica y la indignación popular despertada por los armamentos conduzcan a la eliminación de este sistema…”.
Esta Cumbre reflejó el comienzo de una nueva realidad de la OTAN: dominada absolutamente por un solo actor que dicta las políticas, el comportamiento, el estilo, el tono y si sigue unida es por el rol del hegemonismo a ultranza de Estados Unidos, lo que implica un juego de dependencia muy peligroso.
Puede ser significativa en esta Cumbre, que celebraba los 75 años de la organización, la ausencia de sus aliados asiáticos claves, Japón y Corea del Sur (se le ha exigido a Japón que también aumente el gasto al 5 %, cuando su plan es llegar al 2 % al año 2027).
Si la OTAN Europea quiere volver a tener peso en el mundo, si quiere aumentar su seguridad, debe volver a la diplomacia, pero también a reconceptualizar la temática de seguridad, debe volver a ser un actor internacional creíble y tratar de forma autónoma con las nuevas potencias emergentes.
Como lo han definido las pocas voces críticas europeas, sus actuales líderes-mayordomo han demostrado que no tienen la capacidad ni la intención de aspirar a una retórica soberanía estratégica, han renunciado a la diplomacia en favor del nuevo arte del “servilismo calculado” y que las orgías militares versallescas las pague el pueblo.
El Centro de Estudios Estratégicos de Chile CEECH espera sus opiniones y sugerencias en contacto@ceech.info
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