
por Luz Marina López Espinosa
El primer Congreso Sionista Mundial de donde nace la Organización Sionista Mundial realizado en Basilea, Suiza, en 1897, fue convocado y presidido por Theodor Herzl. Y este, podemos decir, es el comienzo y razón de ser de la dramática violencia que padece el Medio Oriente desde hace cien años, con topes patéticos como los de este 2025 cuando en vivo y en directo contemplamos el exterminio – “la solución final” – del pueblo Palestino, el artero e inmotivado ataque de Israel a Irán – crimen de Agresión –, bombardeando estructuras civiles y militares y asesinando a sus científicos, y el igualmente traicionero ataque de Estados Unidos contra las instalaciones nucleares pacíficas de Irán – otra vez crimen de Agresión -. Todo esto, no lo echemos de menos, poniendo al mundo como no se había dado desde la llamada “crisis de los misiles” en 1962, a las puertas de la tercera guerra mundial.
¿Y por qué la incidencia o responsabilidad del Primer Congreso Sionista Mundial en ello? Por la primera y principalísima razón de que fue en él donde se acordó – con cincuenta años de anticipación -, la constitución del Estado de Israel en Palestina. Sin considerar ni importarles desde luego, que esa tierra tenía dueños y que sus habitantes ancestrales de milenios, eran un noventa por ciento no judíos. Y que esa fundación partía de fomentar la inmigración mundial de judíos a ese territorio y ocuparlo haciéndolo suyo con el carácter de “hogar nacional judío”. Lo cual naturalmente implicaba el desprecio y desconocimiento de esos habitantes que al contrario de lo con malicia declarado, estaban en un suelo que sí tenía dueños y era objeto de ocupación. Con la forzosa e inevitable consecuencia, así no lo diga expresamente el programa salido del Congreso pero está sobrentendido, ocurriría lo que en efecto ocurrió: lograr ese propósito permitía pasar a cuchillo a los habitantes de Palestina, despojarlos de su tierras y en el mejor de los casos, hacerlos huir con lo que llevan puesto a cualquier otro lugar del mundo. El racismo judío – en verdad sionista – que pregona ese Congreso, no tiene mira distinta al propio egoísta interés.
Pero hay algo más en ese congreso sionista que la historia ha demostrado se ha cumplido al dedillo en estos ciento treinta años. Además del inevitable cambio demográfico planeado para que en el territorio no hayan musulmanes ni cristianos sino sólo judíos, con lo cual podrán afirmar que se trata de una democracia perfecta al representar su gobierno a la mayoría de los ciudadanos, también se decidió la constitución de fuertes comunidades judías en todos los países para hacer lobby ante las autoridades y los medios de comunicación – V. y Gr. Colombia… – en pro de sus intereses políticos y económicos y del futuro Estado de Israel, así como reclamar prerrogativas a las que ningún otro grupo racial o religioso tiene derecho, y exigir subsidios de los gobiernos para sus empresas de toda índole.
Más de fondo, en el proyecto sionista preparado y promovido por Theodor Herzl y que nos condena a una guerra perpetua con visos de escalar a mundial como la de estos momentos, es esa locura supuestamente bíblica y carente de todo fundamento histórico y jurídico del “Gran Israel”. La “tierra prometida” que Dios les habría ofrecido a los judíos, y que el sionismo como aparato militar político y económico que es – nada espiritual como vemos – instrumentalizando el nombre, tradición y religión judía, reclama para hacerse el poder hegemónico del mundo. Así, con base en la altísima jerarquía del generoso donante, exige esa tierra. Y lo peor, haciéndose a ella por la fuerza sin reparar en lo que signifique a los pueblos que la habitan. Mediante la guerra, con su estela de muerte y destrucción y ya lo sabemos, con desprecio total por las normas del derecho internacional: las de la guerra y las de la paz. Miremos si no qué fueron e hicieron Golda Meir, Ariel Sharon y Benjamín Netanyahu.
¿Y qué es el “Gran Israel”? Ocupar el Israel actual “por derecho divino” y hacerlo suyo, nada menos que esa porción de que hablan los mitos del Antiguo Testamento, que va desde el Nilo hasta el Éufrates, engullendo jurisdicciones de los hoy Estados de Egipto, Líbano, Siria, Irak, Arabia Saudita -¡incluida la ciudad sagrada de Medina! -, Palestina toda desde luego y Jordania entera. ¡El Medio Oriente y el norte de África! ¿El propósito? El evidente de convertirse en el poder político, económico y militar dominante en la Tierra, designio velado con un traje aún más pérfido por el desprecio y racismo que entraña con los pueblos árabes: “Purificar esos lugares….” Otra vez, una doctrina materialista como la que más, escudada en la espiritualidad judía para darle respetabilidad a ambiciones desbordadas.
La larga saga de esta historia que no ha debido ser, tiene picos como son la Declaración de Balfour de 1917, cuando el Canciller británico en nombre de su Majestad, en un documento elaborado a cuatro manos con el multimillonario financista de las guerras británicas y líder de la comunidad sionista en ese país, Lionel Walter Rothschild, redactó el documento conocido con ese nombre, en el cual se manifestaba la complacencia de que en Palestina se instalara “el hogar nacional judío”. Documento del que los especialistas se preguntan en razón de qué tiene algún valor jurídico. Después, en 1922, a resultas de la primera guerra mundial, la Liga de las Naciones – antecesora de la ONU – confirió a Gran Bretaña, una de las potencias vencedoras, el llamado “Mandato Británico” sobre Palestina para que la administrara, ya que se trataba de un territorio del Imperio Otomano, potencia derrotada en esa guerra. Y ahí comenzó la ocupación por parte de judíos y judíos sionistas llegados de Europa principalmente, que en un principio convivieron con los pacíficos palestinos que los recibieron bien, hasta que los sionistas declararon que ese territorio era suyo, expulsando aún a sus protectores los administradores británicos. Y después con la nefanda Resolución 181 de 1947, vino la catástrofe para el pueblo palestino, la conocida Nakba, cuando los que no fueron pasados a cuchillo debieron huir en número de setecientos cincuenta mil.
En fin, una historia muy larga para una cuartilla muy corta.