
por Moisés Saab*
Pocas personas son tan peligrosas como un ignorante con autoridad, pero si el sujeto en cuestión es el presidente de los Estados Unidos, que además insiste en ser ocurrente, los resultados pueden ser antológicos.
Ese parece ser el caso con el incidente del miércoles pasado en la Casa Blanca donde el mandatario estadounidense recibió a cinco homólogos africanos para explicarles su nueva estrategia con el continente, consistente en cambiar asistencia al desarrollo, por comercio.
O lo que es igual: si desean recibir dólares, abran las puertas a empresas estadounidenses que ya encontrarán recursos naturales que explotar, como han venido haciéndolo por más de un siglo, sin dejar a cambio obras que sirvan al desarrollo de esos países.
Trump, cuya inteligencia es valiosa por lo escasa, quiso dar una muestra de su admiración hacia uno de sus huéspedes, en este caso el presidente liberiano Joseph Bokai, de cuyo currículo a todas luces no tenía la más remota idea.
¡Qué bello inglés habla usted! ¿Dónde aprendió a hablar inglés? Le espetó de buenas a primeras en un esfuerzo por distinguirlo que a la larga resultó entre condescendiente y patético por no decir ofensivo.
Un poco más y halaga a Bokai por no asistir a la reunión con un taparrabos, mascullando un inglés casi incomprensible y, para completar, le pregunta si ha visto a Tarzán en los últimos días. El intento de admiración resonó como si Trump felicitara a un cardenal en el Vaticano por saber oficiar la misa en latín.
A estas alturas es obvio que Trump, que cada vez más demuestra que no es capaz de caminar y masticar chicle al mismo tiempo porque tropieza, ignora que en África hay universidades, entre ellas la de Tombuctu, que fueron fundadas siglos antes que las de Harvard o Yale.
Ya por ese camino, el colorido comandante en jefe del Ejército estadounidense, uno de los más poderosos del mundo y dueño del maletín con el cual puede desatar un ataque atómico, continuó con su retahíla de piropos a Bokai que lo soportó con paciencia cristiana en aras de los buenos modales.
Menos mal que no se le ocurrió preguntarle cuál es el menú favorito de los caníbales en su país.
Al conocerse la situación, los memes y los comentarios en la prensa mundial hicieron su agosto ante la palmaria ignorancia de Trump, notorio por comentarios insultantes a los Estados africanos a los que calificó de «países letrina” (de mierda, según versiones más fieles a la lengua callejera).
El interpelado, un hombre de 80 años, diácono de una iglesia bautista, poseedor de un grado científico de la Universidad de su país, filántropo y con larga experiencia como estadista, le respondió que el idioma oficial de Liberia es el inglés y guardó silencio tal vez preguntándose ¿cómo es posible que alguien tan ignorante alcance semejante posición política?
En este caso, la metedura de pata es mayor porque Liberia es un país creado en 1822 por el presidente estadounidense James Monroe para retornar a su raíces, a esclavos libertos, un experimento que salió bastante mal, para decir lo menos.
Los esclavos manumisos formaron una elite que explotó durante más de siglo y medio a la población autóctona del territorio al que fueron enviados, desalojada del poder a la fuerza, lo que detonó una guerra civil que costó un cuarto de millón de vidas humanas.
Es probable que el insulto implícito de Trump a su huésped liberiano pasará al anecdotario universal como un despropósito del actual mandatario estadounidense, otra de las tonterías a las que nos tiene acostumbrados.
*Moisés Saab Lorenzo, periodista cubano que se inició en la profesión con la creación del diario juvenil Juventud Rebelde en 1965. Después comenzó a laborar en la Agencia Informativa Latinoamericana Prensa Latina. Se especializó en Oriente Medio y África. Fue corresponsal en Líbano y Egipto, enviado especial a, varios países africanos y árabes. Estuvo en Angola cuando la misión militar de Cuba llegó a ese país por solicitud de su presidente Agostinho Neto.