
por Gustavo Buster
Ernest Mandel murió el 20 de julio de 1995. Tenía 72 años. Fue un revolucionario que dejó huella en terrenos distintos: militancia política, análisis económico, producción teórica política. Difícil es dejar testimonio en alguno de estos campos, más difícil es imprimirlos en todos ellos. Y Ernest Mandel, dirigente de la IV Internacional, lo hizo.
Cuando se cumplen 30 años de su muerte queremos rendirle un pequeño homenaje con la reproducción de un artículo, puesto al día, que publicamos originariamente en la edición en papel de Sin Permiso número 8. Mandel fue con toda seguridad uno de los más destacados trotskistas de la segunda mitad del siglo XX, si no el que más. Trotski fue asesinado el 21 de agosto de 1940, pronto hará 85 años. Medio siglo separa ambas muertes. A ambos hemos dedicado artículos en Sin Permiso, aunque sin ninguna duda no los que serían necesarios para tener una cabal buena comprensión del pensamiento de ambos gigantes.
En el artículo que reproducimos de Ernest Mandel este defiende el imperativo moral de la resistencia contra toda forma de opresión y explotación. En el año 2025 es un buen consejo, sin duda. SP
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Ernest Mandel y la conciencia de clase
Gustavo Buster
Ernest Mandel (1923-1995), marxista revolucionario, historiador, economista y, sobre todo, dirigente de la IV Internacional, fue una de esas personas que dejan huella porque en una época de grandes dudas consideró su obligación adelantar respuestas, aunque fuese como “hipótesis de trabajo revolucionario”. Su influencia en el Estado español, en la generación de militantes y jóvenes intelectuales del tardo-franquismo, fue considerable y, en especial, entre quienes constituyen hoy el comité editorial de Sin Permiso.
En el XXX aniversario de su muerte atravesamos circunstancias históricas muy distintas a las de las conmemoraciones anteriores y al trasfondo que traslucen las notas necrológicas inmediatamente posteriores a su muerte. Contamos, además, con la excelente biografía de Jan Willem Stutje, que permite una comprensión de conjunto de la vida, la militancia y la obra intelectual de Mandel, con todas sus complejidades y contradicciones, además de las de otros dirigentes contemporáneos de las distintas corrientes de la IV Internacional. (1)
En 1995, la consolidación hegemónica del neoliberalismo, el derrumbe del llamado “bloque socialista” y la I Guerra de Irak marcaban uno de esos puntos de inflexión histórica, cambios fundamentales en la correlación de fuerzas de la lucha de clases, a los que hacía referencia Mandel en su teoría de las ondas largas que, a partir de 1991, cerraban cualquier horizonte inmediato en la lucha por el socialismo. Mandel lo resumía así:
“La crisis del socialismo es ante todo la crisis de la credibilidad del proyecto socialista. Cinco generaciones de socialistas y tres generaciones de trabajadores vivieron con la certeza de que el socialismo no sólo era posible, sino necesario. La generación actual no está convencida de que sea posible”. (2)
En una intervención en el III Foro Sâo Paulo en 1992, regida por el principio gramsciano del “pesimismo de la razón, optimismo de la voluntad”, Mandel volvió a insistir sobre este tema:
“Esa crisis de credibilidad del socialismo explica la contradicción principal de la situación mundial: las masas siguen luchando en muchos países a escalas más amplias que nunca en el pasado. El imperialismo, la burguesía internacional, no son capaces de aplastar el movimiento obrero como lo han hecho en los años treinta y al inicio de los cuarenta en Europa, en Japón, en las grandes ciudades y en muchos otros países. Pero las masas trabajadoras no están todavía dispuestas a luchar por una solución global anticapitalista, socialista, razón por la cual hemos entrado en un largo período de crisis mundial, de desorden mundial en el cual ni una ni otra de las dos principales clases sociales están cercanas a obtener su victoria histórica. La tarea principal de los socialistas-comunistas es la de restaurar la credibilidad del socialismo en la conciencia y en la sensibilidad de millones de hombres y mujeres. Esto será irrealizable si no tiene como punto de partida las principales preocupaciones de esas masas. Todo modelo alternativo de política económica debe incluir esas propuestas, que deben ser las que ayuden en el modo más concreto y eficaz a las masas a luchar de manera exitosa por sus necesidades. Podemos formularlas de un modo casi bíblico: eliminar el hambre, vestir a los desnudos, dar vivienda digna a todos, salvar la vida de los que mueren por falta de protección médica posible, generalizar el acceso gratuito a la cultura a través de la eliminación del analfabetismo, universalizar las libertades democráticas, los derechos humanos, eliminar la violencia represiva en todas sus formas”. (3)
En 2005, tras la II Guerra de Irak, la contradictoria pero cierta restauración del capitalismo en China, la recuperación de la recesión tras el estallido de la burbuja tecnológica de 2001-2003, y con un movimiento altermundialista que parecía haber agotado gran parte de su impulso inicial, el panorama parecía aún más tétrico para la esperanza socialista, a pesar de los nuevos procesos de refundación democrático-republicanos “bolivarianos” en América Latina. Todo parecía señalar que estábamos atravesando una nueva fase de recuperación de la tasa de ganancias que anunciaba una nueva onda larga ascendente de la economía capitalista y marcaba el ambiente intelectual del X aniversario de la muerte de Mandel. El título de una de las principales contribuciones, escrita por Miguel Romero, la persona más cercana en el Estado español a Mandel, no podía ser más significativa: “Ernest Mandel: la misión del enlace”. (4)
La situación había cambiado de nuevo en 2015 cara al XX aniversario de su muerte, sobre todo después de la Gran Recesión de 2007-2009, la mayor de la economía capitalista mundial y de haber sido testigos del fracaso de la intervención imperialista en Afganistán y en Irak. A pesar de todas las dificultades y de la debilidad organizativa y de conciencia del movimiento obrero heredado del periodo anterior, como consecuencia de la imposición de las políticas neoliberales de los años 80 y 90 del siglo pasado –un factor esencial al que con ironía Mandel llamó alguna vez “el coeficiente Mandel”–, la perspectiva había variado. El fracaso de la gestión neoliberal y monetarista de la Gran Recesión hizo que la crisis de la Covid e inflacionaria subsiguiente permitiese un giro significativo para mantener la demanda, los empleos con emisión de deuda. Este post-keynesianismo tardío tuvo efectos contradictorios, como aplicación de un “mal menor” sobre el que había advertido Mandel en uno de sus últimos artículos (5). En EEUU y la Unión Europea permitió suavizar las consecuencias de un paro sustancial de la economía que podría haber tenido efectos trágicos para las clases trabajadoras, aunque no pudo evitar el aumento de la pobreza en los sectores más precarizados. Pero el bloqueo de la globalización neoliberal hundió a casi un tercio de los estados, especialmente los menos desarrollados, en el infierno de la gestión de la deuda externa.
La segunda victoria electoral de Trump, la invasión de Ucrania por Putin, el genocidio de Gaza por Netanyahu, han acabado por arrastrar a la humanidad a un nuevo escenario de retroceso y barbarie. Las esperanzas puestas en el programa mínimo de emergencia que supone la lucha contra el cambio climático de los Acuerdos de París, la Agenda 20230, el programa de reforma de Naciones Unidas para recuperar el multilateralismo, la reforma del sistema financiero internacional para hacer frente a la gestión de la deuda… han quedado por el momento en la cuneta.
No se trata ya de un período de reivindicación moral de la esperanza socialista, sino de la imperiosa necesidad de una resistencia a largo plazo que permita la acumulación de experiencias organizativas, sindicales y políticas para la reconstrucción del movimiento obrero y del proyecto socialista. Es decir, se trata de volver a situar en el centro del debate las necesidades inmediatas defensivas de los trabajadores y los pueblos oprimidos, las propuestas de movilización unitaria, el análisis táctico de cómo alterar a su favor la correlación de fuerzas y volver a hacer creíble la necesidad de una estrategia socialista.
En este sentido, el XXX aniversario de la muerte de Ernest Mandel me parece coincidir de nuevo con una de esas encrucijadas de cuyo resultado dependerá en buena medida el signo de los tiempos futuros. El núcleo de la teoría de las ondas largas de Mandel era su convicción de que si bien son las contradicciones internas, endógenas del sistema capitalista las que provocan sus crisis periódicas, la salida de las mismas es consecuencia de factores externos, exógenos y, en primer lugar, del resultado concreto de los enfrentamientos sociales y políticos de la lucha de clases. La política, en su sentido más “leninista”(6), desde el movimiento obrero y los movimientos de resistencia sociales, es por lo tanto la prioridad de la izquierda y el eje de su reconstrucción. La selección de la intervención de Mandel en 1980 sobre “la izquierda ante la crisis económica mundial” en el seminario organizado por la Fundación Pablo Iglesias, que publicamos en su día en la revista en papel número 8 de Sin Permiso, responde a este criterio y refleja uno de los momentos más característicos de su pensamiento.
La reformulación de la “hipótesis estratégica” tras la II Guerra Mundial
A pesar de sus numerosas aproximaciones teóricas y estudios de coyuntura, Mandel no pudo dar una respuesta global y coherente al problema de la conciencia de clase, aunque lo incorporó como un elemento importante en su visión de las salidas exógenas de las crisis económicas capitalistas en su teoría de las ondas largas. Pero tuvo a lo largo de su vida política cuatro “hipótesis estratégicas”.
Mandel inició su militancia marxista revolucionaria antes de cumplir los 20 años durante la II Guerra Mundial, en la Bélgica ocupada por los nazis, con la perspectiva estratégica elaborada por Leon Trotsky, que, en 1938, resumía así el Programa de Transición de la IV Internacional y el núcleo de sus escritos de 1939-40:
“Las charlatanerías de toda especie según las cuales las condiciones históricas no estarían todavía “maduras” para el socialismo no son sino el producto de la ignorancia o de un engaño consciente. Las condiciones objetivas de la revolución proletaria no sólo están maduras, sino que han empezado a descomponerse. Sin revolución social en un próximo período histórico, la civilización humana está bajo amenaza de ser arrasada por una catástrofe. Todo depende del proletariado, es decir, de su vanguardia revolucionaria. La crisis histórica de la humanidad se reduce a la dirección revolucionaria”. (7)
En el Manifiesto de la Conferencia de Emergencia de la IV Internacional de 1940, que Mandel consideraba de alguna manera el testamento político de Trotsky, el problema de la maduración de la conciencia de clase revolucionaria se inscribía en un proceso histórico:
“El mundo capitalista ya no tiene salida, a menos que se considere salida una agonía prolongada. Es necesario prepararse para largos años, si no décadas, de guerra, insurrecciones, breves intervalos de tregua, nuevas guerras y nuevas insurrecciones. Un partido revolucionario joven tiene que apoyarse en esta perspectiva. La historia le dará suficientes oportunidades y posibilidades de probarse, acumular experiencia y madurar. Cuanto más rápidamente se fusione la vanguardia, más breve será la etapa de las convulsiones sangrientas, menor la destrucción que sufrirá nuestro planeta. Pero el gran problema histórico no se resolverá de ninguna manera hasta que un partido revolucionario se ponga al frente del proletariado. El problema de los ritmos y los intervalos es de enorme importancia, pero no altera la perspectiva histórica general ni la orientación de nuestra política. La conclusión es simple: hay que llevar adelante la tarea de organizar y educar a la vanguardia proletaria con una energía multiplicada por diez. Este es precisamente el objetivo de la Cuarta Internacional”. (8)
La derrota del fascismo y el final de la II Guerra Mundial dieron paso en 1944-1948 a una crisis política y social en toda Europa y parte de Asia, pero su alcance fue limitado, sobre todo en relación con las expectativas de los grupos ligados a la IV Internacional. En 1979, en el marco de una exposición general sobre la estrategia revolucionaria (8), Mandel hacia un balance de esas limitaciones y del error de la perspectiva trazada por Trotsky, en el sentido de que había establecido un paralelismo equivocado con el periodo inmediato de posguerra 1918-1923. La debilidad de la conciencia de clase en 1944-48 era el resultado acumulativo de una ruptura en las tradiciones revolucionarias después de 20 años de políticas de colaboración de clases de los partidos social-demócratas y estalinistas y de un aislamiento marginal de los grupos revolucionarios, no de una situación excepcional de cuatro años de “patriotismo”, como durante la I Guerra Mundial. No hubo una crisis pre-revolucionaria en la Alemania derrotada y los ascensos revolucionarios en Francia, Italia o Grecia –a diferencia de Yugoslavia o China– fueron reconducidos por los partidos comunistas de estos países al marco de la “unidad nacional democrática” y a la división de bloques pactada en Yalta y Stalin, gracias, entre otras cosas, al prestigio de la URSS por su contribución decisiva a la derrota del nazismo.
A pesar de aceptar el marco general de la hipótesis estratégica elaborada por Trotsky en 1938-1940, que fue ratificada en líneas generales en la I Conferencia Europea de la IV Internacional en 1946, bajo el liderazgo de Michel Raptis “Pablo”, Mandel tuvo que hacer frente y responder a sus limitaciones en dos terrenos esenciales del análisis: la naturaleza del estalinismo tras la II Guerra Mundial y la acumulación de fuerzas políticas de los revolucionarios. Fue ello lo que le permitió salir del impasse estratégico.
En el primer tema, cuyo principal foro de debate fue el II Congreso Mundial de la IV Internacional, en 1948, Mandel utilizó todos los resortes internos de la teoría de Trotsky sobre la degeneración del Estado soviético –retroceso histórico de la conciencia de clase después de 1924, burocratización y estatalización del Partido Bolchevique– para conservar el dilema histórico de su inestabilidad social y económica entre un nuevo avance en el proceso de construcción del socialismo o la restauración capitalista. A pesar de rechazar la posibilidad de una “revolución por arriba”, Mandel admitía las diferentes situaciones históricas de los países de Europa Central y Oriental en su proceso de absorción política por el sistema soviético burocratizado. Pero rebatió tanto el análisis de la URSS como un capitalismo de Estado “totalitario”, tesis de origen menchevique que fue adoptada por la socialdemocracia europea y por sectores de la izquierda comunista anti-estalinista, como el de un nuevo modo de producción colectivista-burocrático.
Esa flexibilidad, basada en el análisis concreto de cada caso dentro del dilema histórico descrito por Trotsky, le permitió abordar de manera positiva tanto el proceso revolucionario en Yugoslavia y China como, posteriormente, en Cuba o Vietnam. Pero esa misma flexibilidad lo llevó en los años 90, en una época marcada por la hegemonía del neoliberalismo, a un optimismo frustrante sobre las posibilidades de reforma socialista en la URSS de Gorbachov.
Frente Único y Huelga General en Bélgica
El segundo tema, el de la táctica de intervención de los pequeños grupos revolucionarios tras la II Guerra Mundial, fue mucho más contradictorio, pero el proceso de balance y corrección le permitió una aproximación directa al problema de la conciencia de clase y de reconstrucción de una estrategia socialista. La hipótesis estratégica de una crisis económica y social que impediría una nueva hegemonía política capitalista y la casi inevitable guerra entre EEUU y la URSS –que fue la reformulación de la visión de Trotsky tras la II Guerra Mundial defendida por Pablo y la dirección de la IV Internacional– aconsejaba una nueva reedición de la política de los años 30 de “entrismo” de los pequeños grupos marxistas revolucionarios en los grandes partidos social-demócratas o comunistas.
En el verano de 1950, una ola de huelgas se extendió por la Bélgica francófona tras la salida del Partido Socialista del gobierno de coalición y la exigencia popular no sólo de abdicación de Leopoldo III, acusado de haber colaborado con los nazis, sino de instauración de una república. La crisis política fue reconducida por el Partido Popular Católico con la coronación del Príncipe Balduino, pero la crisis social no hizo sino radicalizarse. Después de dos años de reagrupamiento de los trotskistas belgas que habían sobrevivido a la II Guerra Mundial, Mandel se afilió al PSB en 1951 con la intención de construir una corriente de izquierdas en su seno. Pero esa corriente se estaba formando ya alrededor de André Renard, dirigente obrero de origen anarco-sindicalista y uno de los impulsores de la nueva federación de sindicatos belga (ABVV). En 1954, Renard pidió la ayuda de Mandel, entonces redactor del periódico del PSB Le Peuple, para revisar el programa de reformas estructurales de la ABVV, redactado inicialmente en 1951 por Jacques Yerna. El debate en el seno de la comisión, dirigido por Mandel, dio forma al proceso de radicalización sindical en una perspectiva de control obrero. El propio Renard lo describió así:
“No se trata ya de reformas parciales. Al enfrentarse a los monopolios y grandes compañías, la ABVV está luchando contra el capitalismo belga en su conjunto. Al exigir el desmembramiento de los ʻgrupos financierosʼ, su objetivo es el desmantelamiento del propio capitalismo. De esta manera, la lucha contra los cárteles no es sino la forma que adopta la lucha por el socialismo hoy”. (10)
Mandel fue también el redactor de un folleto de 60 páginas, firmado por Renard y titulado “Vers le socialisme par l’action”, que se convertiría en la base programática de una nueva corriente de izquierdas en el PSB, con André Renard en Walonia y Camille Huysmans en Flandes como cabezas visibles (10). Los periódicos La Gauche (1956) y Links (1958), editados por Mandel, se convirtieron en los órganos de la nueva corriente.
En 1959, después de más de tres años de trabajo organizativo de la corriente, comenzó una nueva etapa en la radicalización del movimiento obrero belga, con la pérdida de las elecciones por parte del PSB en 1958 y una cadena de huelgas y manifestaciones por la nacionalización de las minas de carbón y del sector energético. La tensión entre la dirección social-demócrata del PSB, que intentaba recuperar su base social para volver a entrar en un gobierno de coalición con la derecha, y la corriente de izquierdas, que quería aplicar su programa de reformas estructurales y condicionar a ello su vuelta al gobierno, se hizo patente en el Congreso del PSB de junio de 1958.
El momento decisivo llegó en el invierno de 1960, cuando el gobierno conservador-liberal de Eyskens aplicó una dura política de recorte del gasto social y de ajuste fiscal. Durante cinco semanas una huelga general de 700.000 trabajadores paralizó Bélgica. Pero Renard y Mandel se enfrentaron por la salida política y estratégica de este enorme movimiento. Mandel quería hacerlo confluir en una gran manifestación unitaria en Bruselas que extendiese a Flandes el carácter masivo del movimiento en Valonia. Renard, por el contrario, centró la prioridad del momento en una negociación con el gobierno que permitiese una salida federalista diferenciada para los dos sectores nacionales del movimiento, lo que inevitable mente favorecía la radicalidad valona, pero la condenaba al aislamiento.
Mandel publicó dos meses más tarde, en Les Temps Modernes, la revista de Sartre, un balance político del movimiento y su intervención:
“No hay necesidad de sabios tratados de estrategia para comprender que la clase trabajadora belga no estaba preparada para una lucha insurreccional de conquista del poder el pasado 20 de diciembre […]. La significación histórica de la huelga belga es que es la primera huelga general en la historia del movimiento obrero europeo que no tiene como objetivo fundamental ni reivindicaciones materiales ni reivindicaciones políticas democráticas, sino que busca esencialmente la reorganización de la economía sobre bases socialistas. Porque éste es y no otro el significado que cientos de miles de huelguistas belgas han dado a la consigna de “reformas estructurales” […]. Se podría concluir que la huelga, dadas las condiciones concretas en el tiempo y el espacio, no podía triunfar. Hubiera sido sin duda preferible una organización minuciosa a esta mezcla de espontaneidad, improvisación, de una dirección incapaz y otra alternativa superada por los acontecimientos… Pero todos estos sabios consejos resbalan sobre un hecho incontrovertible: que, a pesar de todas las dificultades e insuficiencias, un millón de trabajadores belgas han preferido, contra todas las fuerzas conservadoras sociales, hacer huelga durante treinta y dos días antes que soportar la austeridad y la decadencia capitalistas. Aunque sólo fuera por eso […], ha merecido la pena luchar hasta el final. Y, aunque sólo fuera por eso, volver a hacerlo otra vez a la primera oportunidad”. (12)
La salida política de la huelga general fue la entrada del PSB en el gobierno de coalición. Mandel resistió los cantos de sirena de una escisión de la izquierda socialista de La Gauche/Linke, más aún tras la muerte de Renard. Pero, en el Congreso del PSB de 1964, fue la derecha social-demócrata la que decidió expulsar a la izquierda socialista -y con ella a Ernest Mandel- alegando su doble militancia como corriente.
Mayo del 68 y la elaboración de una estrategia socialista
La experiencia de la construcción de una corriente de izquierdas en el PSB y la participación en la huelga general belga fueron las bases de una nueva reflexión de Mandel sobre la conciencia de clase y la “hipótesis revolucionaria” del periodo, que se desarrollaría de 1965 a 1983:
“El debate sobre la estrategia socialista en Europa Occidental debe partir de la hipótesis inicial de que no conoceremos en los próximos diez años ni guerras nucleares mundiales ni crisis económicas de una extrema gravedad comparables a la de 1929-33”. (13)
Lo que esperaba por delante era la revuelta estudiantil y la huelga general en Francia de Mayo del 68, el Otoño caliente italiano de 1969, la primavera checoslovaca y la invasión soviética de 1968, las rebeliones estudiantiles en la República Federal Alemana, México y Japón, la ofensiva militar del Têt en Vietnam, la Revolución de los Claveles portuguesa y la resistencia contra las dictaduras en Grecia y España… La nueva perspectiva encontró su primera formulación en las tesis presentadas al IX Congreso de la IV Internacional en mayo de 1969, en las que combinaba el análisis de los “tres sectores” de la revolución mundial: el nuevo ascenso de las movilizaciones sociales en los países imperialistas “como consecuencia del nuevo clima económico-social”; el desarrollo de las revoluciones anti-coloniales a partir de Cuba, Argelia y Vietnam; y la nueva perspectiva abierta en Checoslovaquia de revolución política en las “democracias populares” bajo control de la URSS. (14)
Pero el análisis de la economía capitalista y la formulación acabada de la nueva estrategia socialista discurrieron por caminos paralelos. El rechazo del catastrofismo económico, ante la innegable realidad de un nuevo desarrollo sin precedentes de las fuerzas productivas del capitalismo, lo obligaron a repensar de manera creativa la teoría económica marxista en tres grandes obras: el Tratado de Economía Marxista (1962), La Formación del pensamiento económico de Marx (1967) y El Capitalismo Tardío (1972). Se trató de un esfuerzo general que fue acompañado de otros trabajos sobre la coyuntura económica, en especial la recesión de 1974-78, en The Second Slump (1978), que no tuvo traducción al castellano. Sin embargo, la mayor aportación de Mandel a la teoría económica marxista y a la interpretación de la historia económica fue Las ondas largas del desarrollo capitalista: una interpretación marxista, publicado inicialmente en 1980 y reelaborado para su segunda edición en 1995.
Como hemos señalado antes, el problema central de la teoría de las ondas largas fue reintroducir la lucha de clases y sus consecuencias concretas, tanto políticas como sociales, en el análisis de las crisis y de la acumulación capitalista. Mandel señaló que su primera motivación para ello fue la crítica de Roman Rosdolsky (15) de su interpretación de la teoría de las crisis en el Tratado de Economía Marxista. ¿Cómo combinar el determinismo inherente a los mecanismos de acumulación del capital, marcados por los propios límites de un sistema basado en la búsqueda de beneficios, con el papel central de la lucha de clases en sus aspectos históricos concretos? La interpretación clásica del marxismo de la II Internacional había privilegiado una lectura determinista y evolucionista de la crisis del capitalismo, mientras que la maduración política de Lenin y Trotsky se había basado en una reafirmación de la política como una “revolución contra el Capital”, como subrayaría Gramsci. Mandel recuperó los debates del II Congreso de la Internacional Comunista para volver a discutir sobre las ondas largas del desarrollo capitalista, entendidas como grandes períodos históricos marcados por el mayor o menor crecimiento de las fuerzas productivas. En esta interpretación, Mandel intentó construir un modelo explicativo multicausal de la caída tendencial de la tasa de ganancias en el que los mecanismos internos del proceso de acumulación capitalista provocan de manera inevitable, antes o después, las crisis, pero en el que la recreación de las condiciones políticas, sociales y económicas necesarias para una recuperación de la tasa de ganancias depende de factores externos y, en primer lugar, de la correlación de fuerzas en la lucha de clases entre capitalistas y asalariados.
Fue esta visión global la que le permitió, en los años 70, partiendo de las lecciones históricas del movimiento obrero de 1880 a 1905, del periodo revolucionario de 1917-1924, del ascenso de los Frentes Populares y la lucha contra el fascismo, pero también de su propia experiencia en Bélgica entre 1951 y 1964 y de Mayo del 68 en toda su complejidad internacional, intentar reconstruir una estrategia socialista. Su mejor resumen creo que sigue siendo Revolutionary Marxism Today (1979).
Mandel partía del agotamiento de las condiciones de estabilidad y crecimiento económico de la posguerra, lo que implicaba un periodo largo de confrontación entre las clases como consecuencia de crisis económicas sucesivas más largas y profundas. El “coeficiente Mandel”, el nivel de conciencia de clase resultante del periodo anterior, estaba marcado no sólo por una larga práctica reformista. Pero la posibilidad del socialismo como alternativa al capitalismo seguía presente por las rupturas revolucionarias sucesivas en el Tercer Mundo, aunque la ausencia de democracia política y la gestión burocrática de la URSS hubiesen erosionado la propia idea del socialismo. La lucha sindical por el nivel de vida de los trabajadores podía desembocar en huelgas generales y movilizaciones sociales capaces de desestabilizar el orden democrático-burgués en periodos lo suficientemente prolongados de tiempo como para permitir experiencias acumulativas de masas tanto en el terreno de su auto-organización, como en el de su unidad y su capacidad de gestión en las instituciones democráticas y parlamentarias. Esta experiencia del frente único, de la identificación colectiva de sus intereses de clase más allá de la lucha sindical y en el terreno de la representación política debía permitir no sólo una reestructuración del mapa de los partidos políticos, sino también una crisis creciente de legitimidad de los fundamentos ideológicos del sistema capitalista y comenzar a plantear alternativas más estables a partir de los sindicatos, los comités y consejos obreros y la movilización por un gobierno de izquierdas capaz de aplicar un programa de transformaciones sociales profundas. Es en el momento de reacción y defensa de esa alternativa aún reformista, pero con una correlación de fuerzas favorable a la movilización social de la izquierda, en el que surgen las crisis revolucionarias y se puede plantear la cuestión del poder, como ocurrió en Rusia en 1917, en Hungría en 1918, en Alemania en 1918 y 1923-24 y en España en 1936-37. (16)
Mandel consideró siempre, a pesar de sus convicciones “luxemburguistas” sobre la capacidad de los trabajadores de desarrollar una conciencia socialista en una crisis revolucionaria, que el papel del partido era decisivo para construir una táctica de frente único y plantear las tareas socialistas en el periodo de crisis revolucionaria. En ese sentido, su “leninismo” estuvo siempre presente en sus diferentes “hipótesis estratégicas” y fue la justificación intelectual de su entrega militante como dirigente de la IV Internacional.
El imperativo moral de la resistencia a la opresión
En 1983, el periodo abierto por Mayo del 68 había llegado a su fin y la disyuntiva de la que hablaba Mandel en su conferencia de Madrid en 1980 había concluido con un cambio sustancial en la correlación de fuerzas a favor de las políticas neoliberales. En ese mismo verano, la reunión de las direcciones de las secciones europeas de la IV Internacional abrió una crisis terminal del “mandelismo” como reconstrucción de la estrategia socialista. A pesar de todo y quizás para establecer ese enlace con el futuro del que hablaba Miguel Romero, Mandel mantuvo contra viento y marea su “optimismo de la voluntad”, a veces más allá de la realidad empírica, como le ocurrió con Polonia o con la crisis final del llamado “socialismo real”. Aún fue capaz de producir una obra sustancial como Power and Money: A Marxist Theory of Burocracy (1992), en gran parte una reflexión sobre los obstáculos materiales e ideológicos que se habían interpuesto en el proceso de desarrollo de la conciencia de clase socialista en el siglo XX. Pero, como Trotsky en sus últimos escritos, Mandel recurría cada vez más al imperativo moral de la resistencia contra toda forma de opresión y explotación. Sus cenizas fueron enterradas al pie del muro de los Comuneros, en Paris.
Treinta años más tarde, en medio de las contradicciones y encrucijadas políticas de las tres crisis sucesivas de la economía capitalista desde 2007-2008, del cuestionamiento del sistema internacional multilateral surgido tras la II Guerra Mundial y un nuevo ascenso de la extrema derecha, su herencia intelectual y organizativa es uno de los factores positivos de ese “coeficiente Mandel” desde el que debe ser posible reconstruir, con la convicción de su imperiosa necesidad, una estrategia socialista para el siglo XXI.
Notas:
1. Jan Willem Stutje, Ernest Mandel: A Rebel´s Dream Deferred, Verso, 2009. No hay aún traducción del libro al castellano. Véanse las críticas de Michael Lowy, “A systematic biography of Ernest Mandel”, y de Phil Hearse, “Destiny of a Revolutionary”.Para una biografía breve de Ernest Mandel, véase François Vercammen, “Ernest Mandel: la longue marche d’un militante revolutionnaire”. La página web http://www.ernestmandel.org recoge en varios idiomas, incluido el español, libros y artículos de Mandel, así como estudios biográficos y bibliográficos, críticas y comentarios de su vida y su obra. En ella se pueden encontrar las contribuciones escritas tanto en 1995-96 como en el X aniversario de su muerte, entre las que destaca la de la persona más próxima a Mandel en el Estado español, Miguel Romero: “Ernest Mandel, la misión de enlace”. Han aparecido biografías de otros destacados dirigentes de la IV Internacional, contemporaneos de Mandel, que dieron respuestas distintas a los dilemas estratégicos aquí planteados: François Bazin, Le Parrain rouge: Pierre Lambert, Plon 2022; y Hall Greenland, The Well-Dressed Revolutionary: The Odyssey of Michel Pablo in the Age of Uprisings, Resistence Books 2023. Mucho más discutible es, Aidan Beatty, The Party is Always Right: The Untold Story of Gerry Healy and British Trotskysm, Pluto Press 2024. Anterior a todas ellas es Ian Birchall, Tony Cliff: A Marxist for his Time, Bookmarks 2011. Y hay otras biografías y autobiografías de menor interés de otros dirigentes trotskistas de este período.
2. Mandel, E., “Situation et avenir du socialisme”, Le Socialisme du futur, 1, 1990.
3. Mandel, E., “Hagamos renacer la esperanza”, Viento Sur, 4, 1992.
4. La contribución de Miguel Romero fue publicada como prólogo de una colección de Escritos de Ernest Mandel en la Editorial Catarata, 2005. Los dos textos seleccionados de Mandel constituían dos reivindicaciones históricas y morales “contra el espíritu de los tiempos”, del marxismo como teoría y del bolchevismo como movimiento político-social de masas. Creo que el acento sobre el mayor peso del “luxemburguismo” de Mandel frente a su “leninismo”, que aparece en muchas de las contribuciones de esos años, reflejaba también este repliegue en la reivindicación moral de la esperanza socialista ante las dificultades de la elaboración política y organizativa prácticas de la coyuntura.
5. Mandel, E. “Por qué Keynes no es la respuesta: El ocaso del monetarismo” (1992)
6.Mi agradecimiento a François Vercammen, fallecido en 2015, durante mucho tiempo uno de los colaboradores más próximos de Mandel, por sus indicaciones sobre este tema, que desarrolló en distintos artículos, algunos de los cuales pueden encontrarse en los archivos de Sin Permiso.
7. El Programa de Transición: la agonía del capitalismo y las tareas de la IV Internacional, así como el conjunto de los escritos de L. Trotsky, pueden consultarse en www.marxists.org.
9. Mandel, E., Revolutionary Marxism Today, New Left Review Books, 1979, p. 170.
10. Renard, A., “La lutte est engagée”, La Gauche, 9 de febrero de 1957, citado por JW Stutje, op. cit., p. 70.
11. En este período resulta especialmente interesante constatar la introducción de la conciencia nacional en los análisis de Mandel y Yerna en relación con la opresión nacional de Flandes y la evolución especifica de la conciencia de clase en Valonia y Flandes, así como su propuesta de federalismo como forma de hacer confluir sus luchas en un frente único. De manera paralela, el análisis de los autores citados sobre las relaciones entre el sindicalismo socialista y el cristiano, inversamente proporcionales en su implantación en Valonia y Flandes. Véase Mandel, E. y Yerna, J., “Perspectives socialistes sur la question flamande”, 1958.
12. Mandel, E., “Les grèves belges: essai dʼexplication socio-économique”, 1961.
13. Mandel, E., “Une stratégie socialiste pour l’Europe occidentale”, Revue Internationale du Socialisme, IIe année, 9, 1965, p. 275. Una versión en inglés puede consultarse aquí.
14. Mandel E., La nouvelle montée de la révolution mondiale, Rapport au 9e Congrès Mondial de la IVe Internationale.
15. Roman Rosdolsky, marxista revolucionario ucraniano, redescubrió los Grundisse de Marx en 1948, en su exilio en EEUU, y publicó un decisivo estudio para comprender el método marxista, Génesis y estructura de El Capital de Marx (1968), traducido al castellano por Siglo XXI en 1978. Durante años –hasta su muerte, en 1967– fue uno de los principales mentores intelectuales de Mandel.
16. Para un resumen de esta estrategia, véase el texto de Mandel, publicado en Sin Permiso, “Conciencia de clase, frente único y gobiernos obreros”, traducción parcial del primer capítulo de Revolutionary Marxism Today También es interesante la interpretación de François Vercammen en “Ernest Mandel et la capacité révolutionnaire de la classe ouvrière”, cuya traducción al castellano puede consultarse aquí.
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Hagamos renacer la esperanza
Ernest Mandel
“Hagamos renacer la esperanza”, es el nombre que se le dio a la intervención de Ernest Mandel (1923-1995) en el III Encuentro del Foro de Sao Paulo (Nicaragua, julio 1992). En aquella ocasión, el Nuevo Diario (Managua, 19-7-92) comentaba: “Mandel, ante los representantes de los diversos partidos políticos latinoamericanos y de Europa, exhibió recursos que al parecer no estaban en la agenda. Ello motivó a sentarse a reflexionar sobre las cuestiones que planteaba”. Recomendando “desamarrar los nudos políticos que atascan las ideas”, el testimonio de uno de los más destacados marxistas revolucionaros del siglo XX sirvió -según el diario sandinista- para “descorrer un poco las cortinas de la incertidumbre para que el sol entrara, quizás por primera vez, en la izquierda latinoamericana”. Lo que ahora publicamos (con subtítulos de la redacción), apareció por primera vez en la revista Viento Sur, n 4, 1992 y es parte sustancial de la intervención del que fuera principal dirigente de la IV Internacional (Secretariado Unificado). Tanto su análisis como su propuesta, siguen tendiendo el valor de una contribución imprescindible a los debates actuales sobre el socialismo y la construcción de una alternativa anticapitalista.
Restaurar la credibilidad del Socialismo
A los ojos de la gran mayoría de las masas a escala mundial, las dos experiencias históricas principales para construir una sociedad sin clases, la estalinista-postestalinista-maoísta y la socialdemócrata, han fracasado.
Seguro que las masas entienden muy bien que ese fracaso es el de un objetivo social radical de conjunto, lo que no implica una balance negativo con respecto a cambios importantes en la realidad social a favor de los explotados. En ese sentido, el balance de más de ciento cincuenta años de actividad del movimiento obrero internacional, y de todas las tendencias comprometidas, sigue siendo muy positivo.
Pero eso, es algo diferente a la convicción de millones de trabajadores en el sentido de que todas las luchas inmediatas desemboquen, cada vez más, en la lucha por el derrocamiento del capitalismo y el advenimiento de una sociedad sin explotados, sin injusticia o violencia masiva. En ausencia de tal convicción, las luchas inmediatas son fragmentadas y discontinuas, sin objetivos políticos de conjunto.
La iniciativa política está en manos del imperialismo, de la burguesía y de sus agencias. Eso se confirmó en Europa Oriental, donde la caída de las dictaduras burocráticas condujo no a una iniciativa política en dirección al socialismo, sino a iniciativas de fuerzas favorables a la restauración capitalista. Lo mismo comienza a repetirse en la ex Unión Soviética.
Las masas en Europa Oriental y en la ex URSS, para no hablar de países como Kampuchea, identifican la dictadura estalinista y postestalinista con el comunismo, el marxismo, el socialismo y rechazan todo eso. Se equivocan. Stalin mató a un millón de comunistas y reprimió a millones de obreros y campesinos, y esto no fue producto del marxismo, del socialismo, de la revolución. Fueron producto de una contrarrevolución sangrienta. Pero el hecho que las masas vean todavía las cosas de modo diferente, es un hecho objetivo que pesa sobre la realidad política y social a escala mundial.
Esa crisis de credibilidad del socialismo, explica la contradicción principal de la situación mundial: las masas siguen luchando en muchos países a escalas más amplias que nunca en el pasado. El imperialismo, la burguesía internacional, no son capaces de aplastar al movimiento obrero como lo han hecho en los años treinta y al inicio de los cuarenta en Europa, en Japón, en las grandes ciudades y en muchos otros países. Pero las masas trabajadoras no están todavía dispuestas a luchar por una solución global anticapitalista, socialista, por esa razón hemos entrado en un largo período de crisis mundial, de desorden mundial en el cual ni una ni otra de las dos principales clases sociales están cercanas a obtener su victoria histórica.
La tarea principal de los socialistas-comunistas, es la de restaurar la credibilidad del socialismo en la conciencia y en la sensibilidad de millones de hombres y mujeres. Esto será irrealizable si no tiene como punto de partida las principales preocupaciones de esas masas. Todo modelo alternativo de política económica, debe incluir esas propuestas, deben ser aquellas que ayuden en el modo más concreto y más eficaz a las masas a luchar de manera exitosa por sus necesidades.
Podemos formularlas de un modo casi bíblico; eliminar el hambre, vestir a los desnudos, dar vivienda digna a todos, salvar la vida de los que mueren por falta de protección médica posible, generalizar el acceso gratuito a la cultura por la eliminación del analfabetismo, universalizar las libertades democráticas, los derechos humanos, eliminar la violencia represiva en todas sus formas.
Impulsar sin restricciones, luchas amplias de masas
Esto no tiene nada de dogmático ni utópico. Las masas aunque no están todavía dispuestas a luchar por la revolución socialista, pueden, perfectamente, aceptar esos desafíos si son formulados del modo más concreto posible. Pueden desencadenar amplias luchas en las formas más diversas y combinadas, por ello repito que debemos intentar ser lo más concretos posibles en las propuestas: ¿qué tipo de producción alimentaria es posible? ¿con qué técnica agroquímica? ¿en qué lugares? ¿qué material de construcción se puede construir? ¿en qué lugar, nacionalmente, condicionadamente a escala internacional más amplia, etc.?
Cuando examinamos las condiciones para realizar estos objetivos, se llega a la conclusión que eso implica una redistribución radical en los recursos existentes. Implica también una revisión radical del modo en el cual es decidida la utilización de esos recursos, un cambio radical de las fuerzas sociales que tienen el poder de decisión sobra esa utilización. Debemos de estar convencidos que las masas que luchan por esos objetivos no van abandonar esa lucha cuando la realidad demuestra esas implicaciones.
Ese es uno de los retos históricos del movimiento socialista: ser capaz de impulsar sin restricciones, luchas de masas amplísimas para alcanzar los objetivos más sentidos de la humanidad hoy.
¿Es políticamente realizable ese modelo alternativo en el mundo y la sociedad de hoy, sin un objetivo de toma o de participación del poder realizable a corto o mediano plazo? Creo que formular la pregunta de esa forma es una trampa. Claro que no se debe de ninguna manera relativizar el poder político. Pero la forma concreta de lucha por el poder, y aún más, las formas concretas del poder estatal, no deben ser decididas de antemano. Y, especialmente, no se debe subordinar la formulación de los objetivos concretos y de las formas concretas de lucha para lograrlo, a cualquier consideración seudo-realista de lo que es o de lo que no es realizable en el terreno político a corto plazo.
Al contrario, se deben determinar los objetivos y las formas de lucha sin prejuicios políticos ni izquierdistas, ni oportunistas de cualquier naturaleza. La fórmula deber aquella del gran táctico que fue Napoleón Bonaparte y que Lenin repitió muchas veces: “Nos comprometemos y después veremos”.
Es de esta manera que el movimiento obrero internacional, en el período de su expresión masiva universal más impresionante, condujo sus campañas por dos objetivos centrales: la jornada de ocho horas de trabajo y el sufragio universal.
¿Puede el imperialismo hoy en día, o mejor dicho, el imperialismo aliado al gran capital, impedir la realización de estos objetivos en los países de América Latina? ¿Puede bloquear todos los ingresos de capital y la transferencia de tecnologías, además de las presiones del FMI y del Banco Mundial?
De nuevo creo que la formulación misma de la pregunta nos hace caer en una trampa. La verdad es que nadie puede responder de antemano a esa pregunta. Depende en última instancia de las relaciones de fuerza. Pero esas relaciones de fuerza no están pre-establecidas, cambian continuamente. Y las luchas por objetivos precisos accesibles a amplias masas es precisamente una forma de modificar las relaciones de fuerzas, a favor de los trabajadores y demás capas explotadas y oprimidas (…)
En esas condiciones hay muchas variables posibles de respuestas dignas a una lucha exitosa por la anulación inmediata del pago del servicio de la deuda externa. Es muy poco probable que el conjunto de los gobiernos de América Latina y aún más, del Tercer Mundo, actúen en ese sentido, pero si un país como Brasil en el caso de una victoria electoral del PT actuara así, no se puede predeterminar de antemano la reacción del imperialismo. Puede haber un bloqueo económico, pero es objetivamente más difícil un bloqueo a Brasil, el país más desarrollado de América Latina, que el bloqueo a Cuba, por no decir Nicaragua. Y Brasil tendría la posibilidad de responder con una ofensiva política, con un Brest-Litovsk político-económico, dirigiéndose a los gobiernos de muchos países y a las masas de todos los países diciendo: ¿está ustedes de acuerdo que se castigue a nuestro pueblo porque está intentando eliminar el hambre, las enfermedades, las violaciones a los derechos humanos?
La respuesta de las masas trabajadoras del mundo no esta pre-establecida, puede ser insuficiente, puede ser positiva. Pero es una gran batalla que puede modificar toda la situación política mundial. Permitiría algo más que la modificación de las relaciones de fuerzas, permitiría la recuperación de la esperanza de un mundo mejor.
Concretar iniciativas comunes, nacionales e internacionales
Hay que enfocar esta problemática alrededor de un enfoque metodológico fundamental de Marx: la lucha por el socialismo no es la imposición dogmática y sectaria de antemano de cualquier objetivo pre-establecido al movimiento real de las masas. No es otra cosa que la expresión conciente de ese movimiento que no hace más que desarrollar los elementos constitutivos de la nueva sociedad que se desarrolla ya en el seno de la vieja sociedad.
Ilustremos esa forma de enfocar la problemática en relación a los problemas centrales del mundo de hoy.
Las compañías transnacionales dominan sectores cada vez más amplios del mercado mundial, representan una forma cualitativamente superior de centralización internacional del capital. Eso conduce a una internacionalización cada vez más amplia de la lucha de clases.
Desafortunadamente, la burguesía internacional tiene en ese sentido mucho más preparación y una actuación mucho mas cohesionada que la clase trabajadora. Fundamentalmente para la clase obrera y el movimiento obrero no hay más que dos respuestas posibles a las actuaciones de las transnacionales: o un repliegue hacia el proteccionismo y la defensa de la llamada “competitividad nacional”, es decir, la colaboración de clases con la patronal de cada país y el gobierno de cada país, contra “los japoneses”, “los alemanes”, “los mexicanos”, es decir por explotadores y explotados todos juntos; o la solidaridad con los obreros de todos los países contra todos los explotadores internacionales e nacionales.
En el primer caso, se abre una espiral inevitable de reducción de los salarios, de la protección social, de las condiciones de trabajo en todo los países, porque las transnacionales pueden siempre explotar un país con salarios mas bajos, transferir la producción fabrica allá o chantajear al movimiento obrero para hacer concesiones de antemano.
En el segundo caso, hay al menos la posibilidad de una espiral ascendente que progresivamente aumente los salarios y la protección social de los países menos desarrollados, reduciendo las diferencias de bienestar de un modo positivo.
Esta segunda forma de reaccionar no se opone de ninguna manera al desarrollo o a la creación de empleos en los países del Tercer Mundo. Implica si, otro modelo de de desarrollo, no orientado hacia las exportaciones de bajos salarios, sino orientado hacia la ampliación del mercado nacional, hacia la satisfacción de las necesidades elementales del pueblo.
La lucha por esta respuesta internacionalista a la ofensiva de las compañías transnacionales, necesita desde hoy concretar iniciativas comunes a nivel sindical, especialmente a nivel de delegados combativos, críticos, independientes, de base, en todas las fábricas del mundo trabajando para la misma transnacional o en la misma rama industrial. Eso ya se inició de manera todavía muy limitada pero real; el proyecto del Mercado Común Norteamericano, la tentativa de transformar a México en una vasta zona maquiladora, abre el camino a esta respuesta y esto puede extenderse al conjunto de América Latina como respuesta a la llamada “Iniciativa de las Américas”.
De otro lado, los llamados nuevos movimientos sociales no hacen más que traducir la angustia de amplias capas sociales abandonadas por la dinámica del capitalismo tardío. Esta dinámica implica el peligro que esas capas se despoliticen cada vez más y puedan constituir una base social para ataques derechistas, incluidos neofascistas contra las libertades democráticas. Toda política de “contrato social”, de consenso seudo-realista con la burguesía produce la impresión que no hay opciones políticas fundamentales y fortalece ese peligro. Por eso es vital que el movimiento obrero establezca una alianza estructural con los marginados, organizándolos, facilitando su auto-organización, defendiéndolos, instándolos a conquistar la dignidad y la esperanza.
En todos estos terrenos hay que operar de forma no dogmática, actuando sin la visión de poseer la verdad absoluta, la respuesta definitiva. La construcción del socialismo es un inmenso laboratorio de experiencias nuevas todavía indefinidas. Se debe aprender de la práctica, en primer lugar de la práctica de las mismas masas. Por esa razón, debemos estar abiertos al diálogo y a la discusión fraternal en el seno de toda la izquierda, defendiendo con firmeza lo que son los principios de cada corriente, de cada organización.
En un sentido mas amplio debemos darnos cuenta que lo que está en juego hoy en el mundo es dramático: es literalmente la supervivencia física de la Humanidad. El hambre, las epidemias de miseria, las centrales nucleares, el deterioro del ambiente natural, todo es la realidad del viejo y del nuevo desorden capitalista mundial.
Cada año en el Tercer Mundo 16 millones de niños mueren de hambre o de enfermedades perfectamente controlables. Eso es igual al 25 por ciento de todos los muertos de la Segunda Guerra Mundial., incluido Auschwitz e Hiroshima. Cada cuatro años se vive una guerra mundial contra los niños, esa es la realidad del imperialismo y el capitalismo hoy.
Esta realidad inhumana produce efectos ideológicos y políticos inhumanos. En el Nordeste de Brasil, la falta de vitaminas en la comida de los pobres ha producido una nueva capa de pigmeos, de hombres enanos que tienen una altura física reducida en treinta centímetros en promedio de los habitantes del país. Son ya millones, y la clase dominante y sus agentes llama “hombres-ratas” a esos desgraciados, con todo lo que implica esa deshumanización ideológica, semejante a aquella que desarrollaron los nazis.
Con la restauración gradual del capitalismo en Europa Oriental y en la ex URSS, toda esa barbarie, todo ese retroceso social comienza a reproducirse. La privatización de las grandes empresas en la ex URSS puede producir entre 35 y 40 millones de desocupados y una baja de los ingresos de los trabajadores del 40 por ciento.
El carácter emancipador del socialismo
El socialismo puede recuperar vigencia y credibilidad si está dispuesto a identificarse totalmente con la lucha en contra de esas amenazas. Eso supone tres condiciones:
La primera, es que bajo ninguna condición se subordine el apoyo a las luchas sociales de las masas a cualquier proyecto político, debemos de estar incondicionalmente al lado de las masas en todas sus luchas.
La segunda condición, es la propaganda y la educación entre las masas del objetivo global, de un modelo de socialismo que integra las principales experiencias y formas de conciencia nueva de las últimas décadas.
Debemos defender un modelo de socialismo que sea totalmente emancipador en todos los terrenos de la vida. Ese socialismo debe ser autogestionario, feminista, ecologista, radical-pacifista, pluralista, extendiendo cualitativamente la democracia, internacionalista, pluripartidista. Pero es decisivo que sea emancipatorio para los productores directos.
Esto es irrealizable sin la desaparición progresiva del trabajo asalariado, sin la desaparición progresiva de la división social del trabajo entre aquellos y aquellas que producen y aquellos que administran y acumulan. Los productores deben tener el poder real de decidir como se produce, qué se produce, y como se utiliza una parte mayor del producto social. Ese poder debe ser conducido de manera plenamente democrática, es decir, debe expresar las convicciones reales de las masas. Eso es irrealizable sin pluralidad de partidos, sin posibilidad de las masas de escoger entre diversas variantes concretas de los objetivos centrales del plan económico y, además, esto es irrealizable sin la reducción radical de la jornada y la semana de trabajo.
Hay prácticamente un consenso sobre el peso cada vez más amplio de la corrupción y de la criminalización en la sociedad burguesa y en las sociedades postcapitalistas en desaparición. Pero se debe entender que ello está estructuralmente ligado al peso del dinero en la sociedad. Es utópico, es irrealista, esperar la moralización de la llamada sociedad civil y del Estado, sin la reducción radical del peso del dinero y de las economías de mercado.
No se puede defender una visión coherente del socialismo, sin oponerse de manera sistemática al egoísmo y a la búsqueda de ganancias individuales a pesar de todas las consecuencias para la sociedad en su conjunto, la prioridad debe ser la solidaridad y la cooperación. Y eso presupone, precisamente, una reducción decisiva del peso del dinero en la sociedad.
La tercera condición, es el rechazo total de parte de los socialistas-comunistas a toda práctica sustituista, paternalista, verticalista. Nosotros debemos reflejar y transmitir la principal contribución de Marx a la política: la liberación de los trabajadores no puede ser más que la obra de los trabajadores mismos. No puede ser obra de Estados, gobiernos, partidos, dirigentes supuestamente infalibles, o de expertos de cualquier tipo.
Todos estos órganos son útiles, incluso indispensables en el camino de la emancipación, pero no pueden hacer mas que ayudar a las masas a liberarse, no sustituirlas. No es solamente inmoral, es impracticable intentar asegurar la felicidad de la gente contra sus propias convicciones. Esa es una de las principales lecciones que se puede sacar del derrumbe de las dictaduras burocráticas en Europa Oriental en la ex URSS.
La práctica de los socialistas y comunistas debe ser totalmente conforme a sus principios. No debemos justificar ninguna práctica alienadora u opresiva. Debemos en la práctica realizar lo que Marx llamaba el imperativo categórico de luchar por derrotar las condiciones en las cuales los seres humanos son enajenados y humillados. Si nuestra práctica es conforme a ese imperativo, el socialismo recuperará una formidable fuerza y legitimidad política que lo hará invencible.
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