
por Mamadou Ba
“Sí a la vida. Sí al amor. Sí a la generosidad. Pero el hombre es también un no. No al desprecio del hombre. No a la indignidad del hombre. A la explotación del hombre. Al asesinato de lo que hay más humano en el hombre: la libertad. ([…] Yo soy un hombre y puedo recuperar todo el pasado del mundo. (…) Cada vez que un hombre ha conseguido que triunfe la dignidad del espíritu, cada vez que un hombre ha dicho no ante un intento de sometimiento de su semejante, me he sentido solidario de su acción. (…) Yo, hombre de color, sólo quiero una cosa: Que nunca el instrumento domine al hombre.” Frantz Fanon Piel negra, máscaras blancas
El 20 de julio, Frantz Fanon habría cumplido 96 años. Nació en Martinica y murió argelino, muy joven, el 6 de diciembre de 1961. Cumplió a rajatabla su compromiso con el humanismo revolucionario, negándose a transigir en la defensa de la inviolabilidad de la dignidad humana de todos los pueblos y en cualquier contexto. En 1943, con 17 años, ante la amenaza nazi, Fanon se alistó en la Resistencia. Autor de una vasta obra que incluye ensayos en revistas científicas, obras de teatro, textos literarios y políticos, fue teórico y actor de la lucha contra la dominación colonial, la fundación de la subyugación racial y su perpetuación política y cultural. Mientras trabajaba como médico en el hospital psiquiátrico de Blida-Joinville, consciente del impacto de la alienación en los pacientes, causada por su deshumanización, Fanon se comprometió a revolucionar la práctica médica a través de la socioterapia, situando a la persona en el centro de sus preocupaciones. El enfrentamiento con esta violencia refuerza sus convicciones anticolonialistas y le lleva a tomar partido por la lucha por la independencia de Argelia, lo que le vale la expulsión del país y le lleva a unirse al Frente de Liberación Nacional.
No se limitó a diseccionar en el diván, en la producción teórica y en la práctica política, la patología colonial en todas sus expresiones materiales y subjetivas: se unió a la lucha armada; se convirtió en embajador del gobierno provisional de la República de Argelia en Ghana (dirigido por Kwamé N’krumah), uno de los primeros países africanos en conquistar la independencia. Así, a imagen de lo que hizo a los 17 años contra el nazismo, Fanon se movilizó física e intelectualmente en la lucha por la liberación total del yugo colonial, tanto en el frente armado como en el diplomático. Movilizó todos los campos de las ciencias para estudiar y desmantelar los fundamentos de la psicosis colectiva que moviliza la raza como elemento estructurante de las relaciones de poder construidas por el orden colonial.
La obra de Fanon marcó todos los movimientos de liberación colonial y racial, influyendo de manera decisiva en el análisis de las raíces de la producción, el mantenimiento y los mecanismos de supervivencia del racismo como forma sofisticada de deshumanización y palanca del supremacismo y la “neurosis racial colectiva”, constitutiva del orden colonial e instrumento de la subyugación racial. La supremacía blanca es, en su perspectiva, una alienación que sedimenta la jerarquización humana, una patología sistémica que constituye un fracaso de la propia idea de humanidad. Es imposible conciliar la dignidad humana con el mantenimiento del proyecto colonial y la doctrina racial porque, como escribe en Piel negra, máscaras blancas, “la desgracia del hombre de color es haber sido esclavizado. La desgracia y la inhumanidad del blanco son el haber matado al ser humano en algún lugar” (p. 29).
Su lucha fue, y sigue siendo, por un proyecto de humanidad despojado del fantasma de la categorización racial como definidora del valor de la condición humana. A esto se refiere en Piel negra, máscaras blancas: “Yo, hombre de color, solo quiero una cosa: que nunca el instrumento domine al hombre. Que cese para siempre el sometimiento del hombre por el hombre. Es decir, de mí por otro. Que se me permita descubrir y querer al hombre allí donde se encuentre. El negro no es. No más que el blanco” (p. 30).
En contra de las acusaciones infundadas de cierre identitario y de exaltación revanchista de su pensamiento, Fanon advirtió contra cualquier pretensión de aislacionismo o monolitismo cultural. Advirtió a los nuevos líderes de los países otrora colonizados que, mucho más que cristalizar el problema de la liberación colonial en la dimensión epidérmica de los sujetos políticos, el problema sería saber cuál es el lugar reservado al pueblo: “El tipo de relaciones sociales que han decidido instaurar, la concepción que se hacen del futuro de la humanidad. Eso es lo que cuenta. Todo lo demás es literatura y engaño” (p34). Es un pensamiento luminoso contra las tinieblas de la mentira colonial: “La tarea de la descolonización es también destruir la mentira colonial, liquidar las falsedades inscritas en el cuerpo [del colonizado] por la opresión”, como escribe en Año V de la Revolución Argelina.
Fanon propone salir de la “zona del no ser”, donde el colonialismo y el racismo han inscrito al negro, y rechaza el determinismo biológico y político que quiere convertir al negro en “esclavo de la esclavitud que deshumanizó a sus antepasados”. Sabía que no hay salvación sin romper con el humanismo eurocéntrico occidental a la luz de sus sombras cuando afirma: “queremos que la humanidad avance con audacia, si queremos elevarla a un nivel distinto del que le ha impuesto Europa, entonces hay que inventar, hay que descubrir . (…) Por Europa, por nosotros mismos y por la humanidad, compañeros, hay que cambiar de piel, desarrollar un pensamiento nuevo, tratar de crear un hombre nuevo (Los condendos de la tierra, p. 322)
En el centro de sus preocupaciones está la salvación de la humanidad, solo posible con la superación de un modelo de sociedad que se fundó en la violencia ejercida sobre aquellos que fueron construidos como otros, despojados de dignidad humana y a quienes se les niega cualquier sentimiento de conciencia ética sobre la inaceptabilidad de la violencia colonial y racial. El fatalismo biológico y maniqueo que sitúa a blancos y negros entre la “zona del ser” y la “zona del no ser” es responsabilidad exclusiva de la doctrina colonial que invirtió en la “racialización del pensamiento” y de la práctica política e hizo del colonizador blanco el instrumento de perpetuación de este imaginario letal del humanismo ilustrado europeo. Consciente de la necesidad de salir del orden colonial y sustituirlo por un nuevo humanismo, Fanon declaró que “el hombre colonizado cuando escribe para su pueblo [para todos los pueblos, añado yo], cuando utiliza el pasado debe hacerlo con el propósito de abrir el futuro, de invitar a la acción, de fundar la esperanza” (Los condendos de la tierra, p.241). En toda su obra, Fanon muestra cómo el colonialismo necesitó fabricar al sujeto negro sin subjetividad, sin contenido ético o moral, en oposición a la blancura (basada en el humanismo eurocéntrico exclusivo), para “definir sus propios límites, para designar la humanidad como una conquista [exclusiva suya] y aún para dar forma a la categoría de animal”, como destaca la investigadora Zakiyyah Iman Jackson. Es decir, cómo el colonialismo, a partir del racismo, definió quién forma parte de la humanidad y quién no.
El colonialismo es un aparato de muerte simbólica y física de la humanidad del sujeto colonizado. La descolonización de los espíritus y las prácticas, ayer y hoy, es la asunción de que la permanencia de la colonialidad es irreconciliable con la vida de aquellos a quienes saqueó, sometió y mató. La muerte del colonialismo es, por lo tanto, indispensable para la refundación del proyecto humano para salvar a la Humanidad, restituirla donde fue negada y defenderla intransigentemente donde y cuando sea amenazada. De esto habla Fanon cuando dice que “la descolonización es simplemente la sustitución de una especie de hombres por otra especie de hombres”. La descolonización es la sustitución del sujeto colonizado y colonizador de la ideología de la deshumanización y la subyugación por un sujeto humano libre. En resumen, la tarea es “intentar poner en pie a un hombre nuevo”.
El pensamiento de Fanon, al ser una negación de la negación de la humanidad del sujeto colonial, es la antítesis de la resignación al yugo colonial y su corolario, la racialización. Hace poco, una declaración mía activó un sentimiento de filiación con “el hombre blanco colonialista, racista y asesino” hasta el punto de suscitar una gran conmoción colectiva en el espacio público, lo que demuestra que el imaginario colonial persiste en nuestras sociedades y que el fantasma de la jerarquía racial las ensombrece. Demuestra también que la visión de Fanon aún no se ha cumplido: “La muerte del colonialismo es al mismo tiempo la muerte del colonizado y la muerte del colonizador”. El colonialismo no muere solo por la liberación política y subjetiva del colonizado si el colonizador no lo mata en sí mismo, política y subjetivamente. El pensamiento de Fanon rechaza las facilidades y nos confronta a no resignarnos nunca cuando la dignidad está amenazada. Era decididamente contrario al statu quo. La voluntad de cuestionar y desafiar permanentemente la realidad queda bien plasmada en la última frase de Piel Negra, Máscaras Brancas: “¡Oh, cuerpo mío, haz siempre de mí un hombre que interroga!” Sabía que solo así podría triunfar la rebeldía del espíritu de libertad contra la pobreza de la certeza de la servidumbre.
El legado de Fanon es una farmacia actual y necesaria para curar el determinismo biológico que estratifica y fija a las personas en función de su color de piel o su cultura, pero, sobre todo, para derrotar el supremacismo blanco que ha estructurado todos sus privilegios acumulados a lo largo de la historia a partir de la idea de la superioridad racial.
Traducción: viento sur