
por Rolando Astarita
En varias oportunidades lectores del blog me preguntaron qué opino de la teoría de la Revolución Permanente (TRP), de Trotsky. Esta entrada intenta responder esa pregunta. Resumiendo lo que desarrollo más abajo, mi crítica principal es a la afirmación, de la TRP, de que en los países atrasados la resolución de las tareas y demandas democrático-burguesas solo es posible por medio de una revolución proletaria triunfante. O sea, no trato, la otra faceta de la TRP (con la que coincido plenamente), referida al carácter internacional de la revolución socialista y el rechazo del programa, de Stalin, de construir el socialismo en un solo país.
Trotsky formuló la TRP a principios del siglo XX, como alternativa a las posiciones de los mencheviques y de los bolcheviques frente a la revolución democrático-burguesa en Rusia. Comenzamos pasando revista a las mismas.
Mencheviques y bolcheviques
Hacia 1905 en la socialdemocracia rusa había coincidencia en que estaba planteada una revolución democrático-burguesa para acabar con el régimen zarista y barrer los resabios feudales. Sin embargo, entre mencheviques y bolcheviques (las dos principales corrientes en el Partido) había importantes diferencias en cómo se concebía esa revolución democrática. Concretamente, los mencheviques sostenían que, dado que la revolución sería burguesa, la socialdemocracia debía limitarse a apoyar a la burguesía liberal (o demócratas constitucionalistas), contra el zarismo. Esto es, los mencheviques adoptaban un rol más bien pasivo o, como diría Lenin, “especulativo”.
Los bolcheviques, y Lenin, en cambio, defendían un programa de ruptura, de revolución burguesa “extrema”, “jacobina”. El partido socialdemócrata tenía que luchar no solo por liquidar a la autocracia y expropiar a los terratenientes, sino también debía llevar la lucha de clases al campo y combatir a la burguesía liberal cuando esta intentara liquidar las conquistas de la clase obrera (véase Lenin, “Dos tácticas de la socialdemocracia rusa en la revolución democrática”, de junio de 1905). Por eso, planteaba el reemplazo del zarismo por un gobierno provisional revolucionario, surgido de una insurrección popular. Ese gobierno provisorio convocaría a una Asamblea Constituyente, que dispondría del poder para eliminar el Ejército zarista y formar la milicia, entregar la tierra a los campesinos, establecer la jornada laboral de ocho horas, y otras medidas. Era el programa mínimo (las demandas en principio eran factibles en el capitalismo), pero radicalmente revolucionario.
Ese programa se completó en 1908 con “El programa agrario de la Socialdemocracia en la primera revolución rusa de 1905-1907”, que planteó la abolición de la propiedad privada de la tierra. De nuevo, era una demanda burguesa, pero tan radical que nunca fue llevada a cabo por la burguesía. Incluso hubo críticos, en las filas bolcheviques, que alertaron que la abolición de la propiedad privada de la tierra podría generar un movimiento contrarrevolucionario de los campesinos. De todas formas, Lenin mantuvo ese programa hasta 1917 cuando, previo a la toma del poder, los bolcheviques acordaron con los Socialistas Revolucionarios de izquierda entregar la tierra a los campesinos.
Los campesinos entonces jugaban un rol clave en la estrategia bolchevique, al punto que Lenin contempló la posibilidad de que la alianza obrera y campesina se realizara bajo la hegemonía de los partidos agrarios. De ahí que su consigna de poder fuera “dictadura democrática de obreros y campesinos”. Como explicaría años más tarde Trotsky (en La teoría de la revolución permanente), esta fórmula dejaba sin definir cómo se articularían los poderes respectivos de obreros y campesinos.
El programa y estrategia de Trotsky
En un sentido similar al de Lenin, Trotsky también sostuvo que el programa de la revolución democrático-burguesa no podía ser llevado a cabo por la burguesía liberal democrática. La derrota del zarismo y de los terratenientes exigía la movilización revolucionaria de las masas y eso era lo que más temían los capitalistas. Por ejemplo, apunta Trotsky, para asegurar la revolución había que formar milicias, pero esa reivindicación no tenía el más mínimo apoyo de los partidos burgueses. Algo similar ocurría con otras medidas que deberían adoptarse para combatir a la reacción y el sabotaje de los capitalistas (véase 1905. Resultados…).
Indudablemente, este planteo acercaba a Trotsky a los bolcheviques. Sin embargo, existía una diferencia, que giraba en torno a la dirección de la revolución. Es que, como vimos, Lenin dejaba abierta la posibilidad de que los campesinos tuvieran el rol dirigente en la revolución democrática. Trotsky, en cambio, sostenía que debido “a su heterogeneidad social, a su posición intermedia, y a su carencia de tradiciones políticas”, el campesinado era “incapaz de desempeñar un papel político independiente” (1905 Resultados…). Por eso, históricamente, los campesinos habían seguido a la burguesía urbana, o al proletariado. Sin embargo, dado que la burguesía rusa era incapaz de dirigir la revolución (por lo argumentado), quedaban los obreros como únicos candidatos a ese rol dirigente. Y si bien la clase obrera era minoritaria, estaba concentrada en las ciudades. Por lo que, organizada y dirigida por el partido socialdemócrata, podría arrastrar a las masas campesinas a la lucha y vencer a la burguesía (1905 Resultados…). En este enfoque, pues, no había lugar para la fórmula leninista “dictadura democrática de obreros y campesinos”. La consigna de poder debía ser el gobierno obrero revolucionario, apoyado por los campesinos; o sea, dictadura del proletariado, sostenida en la alianza obrero-campesina.
Por otra parte, conquistado el poder, la clase obrera debería encarar medidas anticapitalistas para asegurar la revolución. Por ejemplo, para efectivizar la jornada laboral de ocho horas habría que vencer la resistencia de los capitalistas, y eso exigiría medidas más radicales. También para desmontar el aparato represivo zarista y eliminar el ejército permanente. Así, cada medida debería articularse con otras, impulsando a las masas hacia la abolición de la propiedad privada del capital. En 1929 resumió esta estrategia diciendo que, con la clase obrera en el poder, “la revolución democrática se transforma directamente en socialista, convirtiéndose con ello en permanente” (Tesis de la RP). “Permanente” porque se trata del “tránsito revolucionario directo de la etapa burguesa a la socialista” (Teoría de la revolución…).
Un balance de Lenin, de 1921
Es significativo que, con motivo del cuarto aniversario de la Revolución de Octubre, Lenin haya señalado que la revolución democrática había sido hecha “de paso” hacia la revolución socialista. “La tarea directa e inmediata de la revolución en Rusia era democrática burguesa: acabar con los restos de todo lo medieval, barrerlos hasta· el fin… (…) Resolvimos los problemas de la revolución democrática burguesa sobre la marcha, de paso, como «producto-accesorio» (…) Las transformaciones democráticas burguesas -lo hemos dicho y lo hemos demostrado con hechos- son un producto accesorio de la revolución proletaria, es decir, socialista”. En sustancia, reconocía que en Rusia ocurrió lo que había previsto Trotsky.
Lenin sobre variantes de la revolución democrática
Si bien Lenin abogaba por una revolución democrática radical, contempló la posibilidad de que Rusia avanzara en transformaciones democrático-burguesas por vías no revolucionarias. Esta es una faceta de su pensamiento que muchos pasan por alto. Vale entonces desarrollarla con alguna extensión.
La apertura conceptual de Lenin a varios caminos posibles de la revolución democrática está claramente expresada en Dos tácticas… En este escrito recuerda la experiencia de gobiernos europeo que en modo alguno habían sido revolucionarios, y sin embargo emprendieron las tareas de la revolución burguesa. Incluso gobiernos que habían vencido a la revolución, pero luego se habían visto obligados a realizar las tareas históricas de la misma revolución que habían vencido. Naturalmente, algo parecido podía ocurrir en Rusia, ya que a la burguesía le convenía conservar supervivencias del pasado, como la monarquía y el ejército regular. De manera que si la revolución “jacobina” era vencida, Rusia podría avanzar hacia una democracia burguesa por vía negociada, con predominio de los terratenientes y la gran burguesía. Y entre los extremos –bonapartismo en uno, revolución en el otro-podían darse muchas combinaciones. El mismo enfoque Lenin lo aplicó a las transformaciones en el campo. Había dos vías posibles: en un extremo, la abolición de la propiedad de la tierra (“el camino norteamericano”, lo llamaba, aunque era más radical que lo ocurrido en EEUU); en el otro polo, la vía “prusiana”, donde los terratenientes se transformarían en empresarios capitalistas. Y, entre los dos extremos, muchas combinaciones posibles.
En resumen, estamos ante una perspectiva dialéctica, abierta a variadas combinaciones posibles de demandas y programas, así como de movimientos y alineamientos de las clases sociales. Un abordaje con el que podían analizarse otras transiciones desde formaciones económico-sociales precapitalistas al capitalismo y el régimen burgués. Con la perspectiva que hoy nos da la experiencia histórica, habría que considerar, por ejemplo, los diversos capitalismos de Estado (con dirección de burguesías estatistas); y variantes burocrático-estatistas, incluso no capitalistas, que han ocurrido a lo largo del último siglo.
Transformación irreversible
Si bien el planteo de Lenin es abierto –“concreto”, esto es, reúne muchas determinaciones- no desconoce la dirección de fondo que lleva al capitalismo. En Dos tácticas… escribe: “La transformación del régimen económico y político del país en el sentido democrático-burgués es inevitable e ineludible. No hay fuerza en el mundo capaz de impedirla”. Por eso, cuando discutió el programa agrario, advirtió que tanto la economía terrateniente, como la explotación agrícola campesina, evolucionaban en sentido capitalista. Estas afirmaciones las apoyaba en estudios empíricos sobre el desarrollo del capitalismo en Rusia, en especial a partir de las reformas campesinas de 1861; en los esquemas de la reproducción (tomo 2 de El capital); y las leyes, de Marx, de la acumulación capitalista.
Este enfoque explica pues su posición ante las reformas de Stolypin (ministro del zarismo entre 1906 y 1911). Stolypin intentó modernizar la economía, para lo cual promovió un estrato de pequeños propietarios de tierra, con el objetivo de conformar un campesinado conservador en lo político, pero que impulsara la acumulación capitalista. Según Lenin, esas medidas aceleraban la disolución de la comunidad rural: “Indudablemente esa legislación es progresista en el sentido científico y económico” (“El programa agrario…”). Lo cual no significaba que los marxistas debieran apoyar a Stolypin. Pero había que entender las fuerzas económicas y sociales en juego, su dirección de fondo.
Una última cuestión en este apartado: en la concepción de Lenin, las conquistas democráticas generan el escenario para una lucha de clases más abierta y franca entre el capital y el trabajo.
Fortaleza y debilidad del planteo de Trotsky
Volvamos ahora a la TRP de Trotsky. Pensamos que el punto fuerte de su crítica a Lenin es que, efectivamente, una revolución democrática de la radicalidad que contemplaba el programa bolchevique era imposible bajo un régimen capitalista. Solo podría aplicarlo un poder obrero revolucionario. No había gobierno campesino, o pequeño burgués liberal, que pudiera acometer tal revolución. En este punto el argumento de Trotsky parece irrebatible (y coincide con el balance que hace Lenin de la Revolución de Octubre en su cuarto aniversario).
Sin embargo, el lado débil de la TRP es que pasa por alto el hecho de que, si no triunfaba la vía revolucionaria, Rusia igual avanzaba hacia el capitalismo. Por ejemplo, Trotsky pensaba que las medidas de Stolypin fracasarían irremediablemente: “… por mucho tiempo ya, a la revolución rusa se le ha cerrado el camino de la edificación de cualquier orden burgués constitucional que pudiera solucionar aunque solo fuesen las tareas más simples de una democracia” (1905. Resultados…). En otro pasaje sostiene que “a la revolución rusa se le ha cerrado el camino de la edificación de cualquier orden burgués constitucional que pudiera solucionar aunque solo fuesen las tareas más simples de una democracia” (ibídem). La conclusión era que las reivindicaciones más elementales de los campesinos estaban entrelazadas “con el destino de toda la revolución, es decir, con el destino del proletariado”. Sin revolución proletaria no se resolverían siquiera las tareas más simples de la democracia.
Esta idea la generalizó, a fines de los 1920, a todos los países sometidos al colonialismo, o que eran políticamente independientes, pero atrasados. De esta forma, estableció una alternativa “de hierro” (dictadura del proletariado o todo sigue como está), incapaz de registrar la riqueza y complejidad concreta de las formaciones económico-sociales, y los regímenes políticos. Para colmo, presentando esa alternativa como si fuera una cuestión “de principios revolucionarios”. El análisis entraba, de esa manera, en un callejón sin salida.
La autodeterminación, una diferencia ejemplar
El enfoque de Lenin conlleva la idea de que, incluso en la época del “capitalismo monopolista”, son posibles reformas y conquistas democráticas. Esta noción se advierte en su polémica con los socialistas polacos, sobre el derecho a la autodeterminación nacional. Los socialistas polacos sostenían que la lucha por la autodeterminación no tenía sentido porque era irrealizable en la era del imperialismo. Lenin responde que la autodeterminación se podía lograr, como lo demostraba la separación de Noruega de Suecia (véase “La revolución socialista y el derecho de las naciones a la autodeterminación”, 1915).
En cambio, la posición de Trotsky sobre la autodeterminación nacional era próxima a los socialistas polacos. Por caso, hacia el final de su vida, cuando la URSS invadió Finlandia, sostuvo que la autodeterminación nacional era irrealizable, al menos para países pequeños: “Los países pequeños o de segunda fila son ahora mismo peones en manos de las grandes potencias. No les queda más libertad, y esto hasta cierto punto, que la de elegir entre dos amos” (“Balance de los acontecimientos en Finlandia”, 1940). Este argumento es esgrimido hoy por trotskistas que se niegan a respaldar la lucha de los ucranianos por la autodeterminación nacional.
Relación entre la teoría de la RP y la táctica del Programa de Transición
Una cuestión que se presenta con cierta frecuencia en los debates del trotskismo es sobre una posible conexión entre el Programa de Transición y la TRP. Nuestra posición es que, en lo esencial, la TRP fue formulada con independencia de la táctica transicional que propuso Trotsky en 1938. Esta táctica se centraba en agitar una o dos consignas transicionales con el objetivo de desatar una movilización que avanzara “en escalera” hacia la toma del poder. Hasta donde alcanza nuestro conocimiento, esa política no aparece en los escritos de Trotsky anteriores al Programa de Acción para Francia, de 1934, que es el antecedente inmediato del Programa de Transición, de 1938.
Hacemos un breve repaso: en 1904, en Nuestras diferencias políticas (lo hemos analizado aquí) centra la atención en la agitación de demandas democráticas (“no a la guerra”, “derecho al voto”, “derecho de huelga”). En 1905, Resultados… su escrito más importante previo a la Revolución de 1917, las principales demandas también son las del programa mínimo. Las transicionales figuran como medidas a aplicar por la clase obrera en el poder (a la manera en que Marx y Engels propusieron un programa de transición en El Manifiesto Comunista).
Por otro lado, Trotsky tuvo una destacada actuación en los cuatro primeros congresos de la Tercera Internacional, y en ninguno propuso una táctica siquiera parecida a la que avanzaría en 1938. Tampoco lo hizo en su crítica al Sexto Congreso de la IC (véase Stalin, el gran organizador…); ni en sus escritos sobre China. En cuanto a Alemania, si bien en los 1930 propuso la formación de consejos de fábrica, y el control obrero de la producción, su eje político fue el frente único obrero y la crítica a la política ultraizquierdista de la la Tercera Internacional. Por la misma época, y en relación a España –había caído la monarquía- escribió: “La tarea de los comunistas en el período actual consiste en ganar la mayoría de los campesinos. Para esto es necesario hacer agitación, educar a los cuadros pacientemente (Lenin), organizar. Todo esto sobre la experiencia de las masas y la participación activa de los comunistas en esta experiencia: política amplia y audaz de frente único” (“Los deberes del comunista español”, publicado en Comunismo N° 2, junio de 1931). En ninguno de estos casos aparece entonces la táctica transicional.
Precisado este aspecto, decimos que, sin embargo, existe una significativa conexión entre el Programa de Transición y la TRP, referida a la democracia burguesa. Trotsky pensaba que en los países adelantados la democracia desaparecería, tendencialmente, por dos razones. La primera, por el estancamiento de las fuerzas productivas. Sin posibilidad de reformas, los gobiernos y regímenes serían cada vez más autoritarios. La segunda razón era el creciente dominio del capitalismo monopolista. La democracia parlamentaria había estado ligada a la libre concurrencia; en esa época, de desarrollo de las fuerzas productivas, la burguesía había tolerado el derecho de huelga, de reunión, de libertad de prensa, etcétera. Pero con el capitalismo monopolista eso se había acabado (“Francia en la encrucijada” marzo de 1936, en ¿Adónde va Francia?). Más tarde, en referencia a EEUU, Trotsky también sostuvo que sin el libre comercio la democracia “debe ceder a una dictadura revolucionaria o fascista” (El pensamiento vivo de Marx). Una idea que también encontramos en el folleto de Lenin sobre el imperialismo, de 1916.
No es de extrañar entonces que en el Programa de Transición sostuviera que cualquier reivindicación seria del proletariado, o progresiva, “conduce inevitablemente más allá de los límites de la propiedad capitalista y del Estado burgués”. De esta manera se reforzó la afirmación de la TRP sobre la imposibilidad de que los países atrasados y coloniales avanzaran hacia el capitalismo y la democracia burguesa.
No es de extrañar entonces que en el Programa de Transición sostuviera que cualquier reivindicación seria del proletariado, o progresiva, “conduce inevitablemente más allá de los límites de la propiedad capitalista y del Estado burgués”. De esta manera se reforzó la afirmación de la TRP sobre la imposibilidad de que los países atrasados y coloniales avanzaran hacia el capitalismo y la democracia burguesa.
La TRP y lo ocurrido desde el fin de la Segunda Guerra
No hay forma de encajar lo ocurrido desde el fin de la Segunda Guerra en la TRP; tampoco en los diagnósticos del Programa de Transición. Desde 1945 al presente las fuerzas productivas a nivel global se desarrollaron; la clase obrera creció numérica y culturalmente, y conquistó mejoras; y en los países más desarrollados hubo democracias burguesas. Pero vayamos a lo específico de la TRP, la afirmación de que los países atrasados no podrían conquistar la autodeterminación nacional, ni desarrollar las fuerzas productivas y avanzar hacia democracias si no mediaba la toma del poder por la clase obrera.
La realidad es que en las décadas que siguieron a 1945 la mayoría de las colonias y semicolonias se independizaron. India y China fueron tal vez los casos más notorios. En ninguno de ellos esa independencia se produjo porque la clase obrera hubiera tomado el poder. En China la clase obrera nunca estuvo en el poder, y hoy el país es políticamente independiente y capitalista (la segunda economía mundial). India también es independiente, y capitalista (la quinta economía mundial). Su régimen político desde la independencia fue una democracia burguesa. Recortada, represiva, pero no es fascismo. Estas evoluciones parecen estar más cerca de las vías alternativas “a lo Lenin”, que de la TRP. Pero veamos otros casos:
España. En 1930 era uno de los países más atrasados de Europa. En el agro dominaba el caciquismo; la enseñanza era medieval; el peso de la Iglesia católica era enorme (la separación de la Iglesia y el Estado fue uno de los principales puntos del programa que Trotsky propuso para España); y en 1939 se impuso la dictadura franquista. Parecía cumplirse el dictum de la TRP: el progreso democrático y el crecimiento económico en España pasaban por la dictadura del proletariado. Sin embargo, bajo presión de luchas obreras y nacionalistas (País Vasco, Cataluña), con el trasfondo de un relativo desarrollo económico, en los 1970 hubo una transición, pactada por el PSOE y el PC con los políticos franquistas, hacia una monarquía constitucional. Otro “caso intermedio” de los que contemplaba Lenin. Algo similar se puede decir de las evoluciones de Portugal o Grecia en el último medio siglo.
Sudáfrica. Todavía a principios de los 1980 algunos grupos trotskistas sostenían que la eliminación del apartheid solo podría lograrse si la clase obrera tomaba el poder. Pero sucedió que el apartheid fue eliminado, Mandela ganó la presidencia en elecciones libres, y se establecieron libertades democráticas básicas, sin que haya habido toma del poder por la clase obrera.
Cono Sur de América Latina. A fines de los 1970 había dictaduras en Brasil, Uruguay, Argentina, Paraguay, Chile y Bolivia. La alternativa parecía ser dictaduras o socialismo (como lo sostenía la corriente de la dependencia). Sin embargo, los países del Cono Sur terminaron virando hacia regímenes democrático burgueses, bajo control de sus clases capitalistas. Esa transición se produjo por una combinación de movilizaciones de masas, pactos entre poderes establecidos y partidos de la oposición y direcciones sindicales, más, en Argentina, la derrota en Malvinas. No hubo siquiera atisbos de una revolución proletaria triunfante.
Acrobacias discursivas para salvar lo insalvable
A pesar de los hechos, en el trotskismo se continuó afirmando que la TRP “se ha verificado”. Para lo cual, se recurrió a todo tipo de justificaciones. Anotamos algunas:
*Existen revoluciones socialistas “desde arriba” (¿quién dijo que “la liberación de los trabajadores será obra de los mismos trabajadores”?).
*El Ejército Rojo sustituyó al proletariado en Europa del Este y estableció Estados obreros, aunque burocráticos (sobre esto, y la ruptura de Natalia Sedova con la Cuarta Internacional, aquí).
*El Partido Comunista de China sustituyó al proletariado y estableció un Estado proletario entre 1949 e inicios de los 1980.
*El campesinado chino era clase obrera explotada.
*Movimientos nacionalistas, presionados por las masas, pueden realizar revoluciones “proletarias” y establecer Estados obreros (definidos, como “obreros” por las estatizaciones).
*Las democracias burguesas del presente son posibles porque triunfaron revoluciones socialistas “inconscientes”. Fueron “de contenido” socialistas, aunque la gente que las realizó no se dio cuenta de que eran socialistas. En muchos casos, ni siquiera se percató de que eran revoluciones.
La realidad es que la misma evolución de esos “Estados proletarios” y de las “revoluciones socialistas inconscientes” hace colapsar las acrobacias discursivas. Los “Estados proletarios” giraron, casi en su totalidad, al capitalismo. Los movimientos pequeñoburgueses que tomaron el poder y estatizaron, establecieron regímenes burocrático-nacionalistas, sustentados en la explotación del trabajo. Las “revoluciones socialistas inconscientes” fueron funcionales a la continuidad del modo de producción capitalista. La conciencia de clase y socialista no existe sin manifestarse en programas, ideología y organización de los explotados. La revolución proletaria no puede ser sustituida por regímenes bonapartistas y ejércitos dedicados a sofocar toda disidencia y crítica “de los de abajo”. O a aplastar el derecho de los pueblos a la autodeterminación nacional.
Un perjuicio adicional
Un perjuicio adicional de la TRP, es que, en sus conclusiones centrales, desvaloriza lo que han logrado las luchas democráticas o reivindicativas y los movimientos y organizaciones que las llevaron adelante. Es que si ninguna mejora es posible en “la era de la agonía del capitalismo”, y si el capitalismo sobrevivió desde 1914 al presente, ¿qué se logró en los últimos 100 o 110 años? ¿Nada? ¿Es lo mismo una colonia que un país políticamente independiente? ¿Vale lo mismo que las mujeres tengan derecho al voto, a que no lo tengan? ¿Es lo mismo tener el derecho de huelga y agremiación, que no tenerlo? Y podemos seguir haciendo preguntas. Afirmar que estos no son logros porque no se acabó con el capitalismo es no solo equivocado y desorientador, sino también desmoralizante.
Para terminar: Un elemental criterio científico nos dice que si una teoría no da cuenta de la realidad, es necesario revisar y rectificar esa teoría; o reemplazarla por otra. Pero esto no se hizo en el trotskismo. Por todos los medios se buscó encajar la realidad en una teoría rígida, que linda con lo absurdo. Una actitud que se potenció con las habituales acusaciones y calificativos del tipo “oportunista”; “revisionista”, “traidor al legado de Trotsky”, y similares. Había que ser “trotskista ortodoxo” a cualquier costo. El resultado fue el desarme teórico y político de los marxistas. Es necesario abrir un debate franco sobre estas cuestiones.
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Fuente: Blog de Rolando Astarita
Imagen, Pixabay