
por Felipe Portales
En el contexto de la creciente polarización social descrita en los artículos anteriores, la candidatura presidencial de la Alianza Liberal de Alessandri desarrolló una extrema demagogia, inspirándose –como vimos- en la teoría de la “seducción electoral de las masas” desarrollada por el ultraderechista francés, Gustave Le Bon. Sin perjuicio de que efectivamente el candidato buscaba terminar con el parlamentarismo exclusivamente oligárquico, por medio de un presidencialismo autoritario que incorporase a las clases medias al aparato del Estado; que iniciara un proceso de industrialización vía sustitución de importaciones; y que mejorara la desmedrada situación de la clase obrera, pero excluyendo a esta de un acceso al poder, y estando dispuesto a reprimirla con extrema violencia llegado el caso.
De este modo, en su discurso de proclamación señaló: “Quiero ser amenaza para los espíritus reaccionarios, para los que resisten toda reforma justa y necesaria (…) para todos aquellos que permanecen ciegos, sordos y mudos ante las evoluciones del momento histórico presente, sin apreciar las exigencias actuales para la grandeza de este país” (Augusto Iglesias.- Alessandri. Una etapa de la democracia en América; Edit. Andrés Bello, Santiago, 1960; p. 347-8). Y en la definición de la antinomia entre su candidatura y la de la Coalición liderada por el también liberal, Luis Barros Borgoño, llegó a decir: “Ante la imagen de los privilegios ilícitos que benefician a unos pocos con desmedro de la generalidad yo levanto la imagen redentora de la justicia y el derecho. Ante la imagen de la reacción, yo levanto la imagen de la renovación y el progreso; ante la imagen del dolor, la miseria y del hambre, yo levanto el estandarte de la redención social sobre la base de la justicia y el derecho” (Sol Serrano.- Arturo Alessandri y la campaña electoral de 1920; en 7 Ensayos sobre Arturo Alessandri; Instituto Chileno de Estudios Humanísticos, Santiago, 1979; p. 76); y que “no es raro, es más bien justo, que el candidato de la coalición vaya a buscar las más grandes de sus adhesiones bajo la cripta artesonada y elegante de la Bolsa de Corredores; no es raro tampoco que el candidato de la Alianza Liberal, que comulga en el altar de la democracia, vaya a buscar el concurso del pueblo que sufre, que llora y que pide justicia y amparo” (Ibid.).
Y el éxito de su discurso fue tal que “la casa de Alessandri en la Alameda estuvo siempre rodeada de gente que le hacía ‘guardia de honor’ y por las calles se organizaban desfiles que acompañaban al candidato mientras caminaba por el centro de la ciudad teniendo que suspenderse el tránsito de tranvías, automóviles y coches (…) Subían al candidato en silla de manos y lo llevaban hasta su casa gritando consignas, y no se alejaban hasta que Alessandri salía al balcón y les hablaba (…) despertando tal fervor en estos hombres, mujeres y niños, que, según cuentan algunos testigos, sacaban el estuco de su casa para usarlo como medicamento” (Ibid.; pp. 77-8). Además, “la campaña contó con (…) organizaciones de base como los comités de propaganda en los barrios organizados por jóvenes radicales de las distintas comunas y el Partido Demócrata recogía dinero a través (…) de distintas actividades” (Ibid.; p. 80).
Todo lo anterior suscitó una reacción extrema en la oligarquía más conservadora, cuyo objetivo fue “tratar de relacionar los objetivos políticos de la candidatura de Alessandri con los de la revolución rusa. El énfasis que se ponía en ello estaba directamente relacionado con el impacto que ese acontecimiento había causado en la opinión pública chilena” (René Millar Carvacho.- La elección presidencial de 1920; Edit. Universitaria, Santiago, 1981; p. 142). Y quizás el más gráfico fue el senador liberal-democrático, Enrique Zañartu, quien el 6 de junio acusó a la candidatura aliancista de “encender el odio de clases y fomentar las huelgas no basadas en las necesidades de los obreros, sino en las teorías marxistas sobre el capital y el trabajo, las mismas que han causado en Rusia la muerte de 20 millones y colocado a este desgraciado país bajo el imperio del hambre y la miseria. Rusia es un ejemplo. Alessandri, una amenaza» (Ibid.).
Ciertamente que ni los mismos que atizaban este miedo se lo creían, pero buscaban derrotar al cada vez más popular Alessandri con una campaña del terror, la primera de muchas que efectuaría la derecha en el siglo XX. Como bien dijo uno de los dirigentes liberales más cercanos a Alessandri, Armando Jaramillo (¡y que había sido uno de los propulsores de la Ley de Residencia!…): “En este reducido mundo en que vivimos nos conocemos todos, nos conocemos demasiado bien. No hay quien crea que los partidos del candidato de la Alianza Liberal
(…) que somos personas conocidas, que tenemos antecedentes que respetar, intereses y porvenir que cuidar, seamos ‘una marea roja de comunismo y maximalismo’” (Serrano; p. 84). Aunque ciertamente había un temor social en la derecha, obviamente no a un eventual régimen comunista encabezado por Alessandri, pero sí a que éste liderara cambios sociales que afectaran algunos de sus privilegios y crearan un clima de opinión que escapara al control de Alessandri; y, sobre todo, de la oligarquía.
El hecho es que la elección se dio en un marco de gran cohecho y violencia. Cohecho desarrollado especialmente por la candidatura más rica de Barros; y violencia ejercida especialmente por las “Ligas contra el Cohecho” de la Alianza Liberal, dado que la legislación electoral no suministraba recursos legales efectivos para combatirlo. Y los resultados de la elección (25 de junio) fueron muy estrechos, dando la prensa estimaciones que favorecían a Alessandri, y el Gobierno de Sanfuentes (favorable a Barros) negándose a dar resultados. Todo ello generó un clima de gran tensión y de manifestaciones públicas en favor del reconocimiento del triunfo de Alessandri. Y como el Gobierno no pudo contar con el apoyo de un Ejército proclive a Alessandri, tuvo que finalmente reconocer su triunfo (a través de un “Tribunal de Honor”, el 30 de septiembre) luego de varios meses de incertidumbre y en que influyeron también El Mercurio que el 26 de julio reconoció el mejor derecho de Alessandri; la postura de Manuel Rivas Vicuña y de otros seis liberales centristas que se negaron a darle la mayoría en el Congreso Pleno a Barros; y el conocimiento público de grotescos fraudes efectuados por los coalicionistas en Chiloé.
Sin embargo, en el intertanto, el Gobierno creó un artificial clima de guerra con Perú y Bolivia, aprovechando un golpe de Estado en Bolivia (12 de julio) que instaló un gobierno más amistoso con Perú, en el contexto de un recrudecimiento de las demandas territoriales de ambos países. Así, el Gobierno decretó una movilización general de las Fuerzas Armadas el 15 de julio (cosa que ni Perú ni Bolivia hicieron, ni antes ni después…); y fabricó también un eventual complot subversivo de la IWW en el contexto de una huelga portuaria que se desarrollaba en Valparaíso. Este consistió en que el jefe de la Policía del puerto, Enrique Caballero, ordenó “colocar un paquete de dinamita en los salones de la IWW antes del comienzo de una reunión de la organización. A las 2 P.M. del 21 de julio, la policía fuertemente armada penetró en la sede y arrestó a las 200 personas que se encontraban allí” (Peter DeShazo.- Urban Workers and Labor Unions in Chile 1902-1927; The University of Wisconsin Press, 1983; p. 183).
Esto incentivó un fuerte ataque “patriótico” de la prensa contra el movimiento obrero anarquista. Así, La Unión de Valparaíso expresó: Estos malditos (IWW) que son miembros de una institución de origen extranjero y liderada por extranjeros, entre los cuales hay muchos peruanos, tramaron este cobarde plan para impedir el embarque de tropas (al norte)” (Ibid.). Y desencadenó una durísima represión de meses, primero contra los anarquistas y después también contra el conjunto del movimiento obrero y estudiantil. De este modo, se clausuró toda la prensa obrera y se detuvo a decenas de líderes obreros y estudiantiles, en el marco de una querella criminal contra la IWW como “asociación ilícita”, proceso conocido popularmente como “de los subversivos” (Ver DeShazo; pp. 184-5). Particularmente odiosa fue la persecución judicial contra el joven estudiante, poeta y “secretario de notas” de la IWW, José Domingo Gómez Rojas, a quien el ministro de la Corte de Apelaciones de Santiago y juez del sumario, José Astorquiza Líbano, ordenó incomunicarlo y “mantenerlo ocho días a pan y agua y ponerle esposas. Más adelante, ordenó ponerle grillos, baldearle la celda, suprimirle las salidas al patio. El joven poeta enloqueció y murió el 29 de septiembre de 1920, al día siguiente de ingresar a la Casa de Orates” (Julio Heise González.- Historia de Chile. El Período Parlamentario, 1861-1925, Tomo I; Edit. Andrés Bello, Santiago, 1974; p. 415). Alessandri se mantuvo silencioso al respecto, en parte para no perjudicar sus posibilidades presidenciales, pero también porque compartía su animadversión en contra de la IWW, como lo demostraría una vez instalado en la Presidencia, y ya en el momento, el diario “La Nación” (partidario de su candidatura y propiedad de Eliodoro Yáñez), que se manifestó plenamente de acuerdo con el “proceso contra una organización espartaquista (sic) y antipatriótica, aparentemente gobernada desde el extranjero”. Y más aún, de que “debemos congratularnos (…) por la circunstancia felicísima de que se encuentre al frente de este sumario el magistrado más enérgico y competente en materias penales con que cuenta por el momento nuestro servicio judicial (…) don José Astorquiza (quien) satisface todas las aspiraciones de la tranquilidad y de la vindicta públicas y es garantía segura de que se hará luz y luz completa, sin apasionamientos ni prejuicios, sobre las maquinaciones tenebrosas encaminadas a arrastrar a la República hasta el borde del abismo” (1-8-1920).
Por otro lado, la FECH fue también objeto de persecución por el simple hecho de que respecto de la movilización prebélica había acordado públicamente: “1° Pedir al Gobierno manifieste qué razones ha tenido para decretar la movilización del Ejército; y 2° Hacer un llamado a los estudiantes y al pueblo de Chile recomendándoles una actitud serena durante el desarrollo de los actuales acontecimientos” (Boletín de Sesiones del Senado; 21-7-1920). Su sede, ubicada en calle Ahumada, a media cuadra de Alameda, recibió un primer ataque la noche del 19 de julio. Luego, el 21 a mediodía, una multitud de jóvenes conservadores que volvían de despedir a los reservistas que iban en tren al norte (¡en el mismo momento que lo hizo Alessandri!) fueron azuzados desde La Moneda por el senador, Enrique Zañartu, y se dirigieron a la sede de la FECH, la que asaltaron, destruyendo sus muebles y quemando su gran cantidad de libros en plena calle (Ver José Santos González Vera.- Cuando era muchacho; Edit. Nascimento, Santiago, 1969; p. 212). A su vez, los cuatro dirigentes que se encontraban en la sede (Pedro Gandulfo Guerra, Rigoberto Soto Rengifo, Arturo Zúñiga Latorre y José Lafuente Vergara) y que escaparon a una casa contigua, fueron encarcelados ¡por violación de domicilio!, por orden de Astorquiza, y sólo fueron liberados después de la muerte de Gómez Rojas, dada la conmoción pública provocada por dicha atrocidad (Ver Carlos Vicuña.- La tiranía en Chile; Edit. Lom, Santiago, 2002; p. 130).
Casi toda la prensa aplaudió el asalto. Un grupo, encabezado por el edecán del Presidente Sanfuentes, el teniente Domingo Undurraga Fernández, se hizo fotografiar para la Revista Zig-Zag, con “trofeos” del acto vandálico (Ver Ibid.; p. 128). El Diario Ilustrado del 22 de julio señaló que los asaltantes al final de su acción colocaron en el frontis del local un cartel que decía: “Se arrienda esta casa. Tratar en Lima”. Y el periódico aprobaba esta conducta al concluir que “el público aplaudió con delirio esta medida, que coronaba el tremendo, pero justísimo castigo, aplicado a los hijos desnaturalizados de la patria”. Y el 24 el Gobierno le canceló la personalidad jurídica a la FECH. Por otro lado, en la noche del 19 de julio –luego del primer ataque a la FECH- varios jóvenes de clase alta “fueron en número de cincuenta, a romper la imprenta Numen (…) Los jóvenes, nada improvisadores, armados de garrotes y trozos de hierro, rompieron las máquinas (…) Agentes de policía vinieron a la zaga y cargaron con todos los documentos. Entre éstos iba el original de mis ‘Vidas Mínimas’” (González Vera; pp. 214-5).
Notablemente, la barbarie del 21 de julio trascendió nuestras fronteras, y Miguel de Unamuno –en una indignada carta pública que ningún diario quiso publicar- expresó: “¡Orden! ¡Orden!, claman los accionistas del patriotismo, los fariseos como aquellos que hicieron crucificar a Cristo como antipatriota (…) He visto que se les acusa de vendidos a la plata peruana. No podían acudir a otra argucia. Es lo de todas partes. Esos accionistas del patriotismo no se explican actitud ninguna, sino por el dinero, que es su único dios (…) He leído la lista de personas que tomaron parte en el asalto y saqueo (…) Y veo que los más de esos asaltantes eran ¡estudiantes! ¡No estudiosos, claro! Estudiantes de patriotería. Conozco a esos tristes estudiantes, cachorros de la oligarquía plutocrática y accionista del patriotismo. Su odio es la inteligencia. Por encima del océano, tumba de tantas esperanzas y cuna de muchas más, les tiende una mano trémula y cálida. Miguel de Unamuno” (Hernán Millas.- Habráse visto; Edit. Andrés Bello, Santiago, 1993; pp. 70-1). Y Alessandri nada dijo…
Luego, el 27 de julio, como reacción frente a la negativa de la Federación Obrera de Punta Arenas de participar en una manifestación convocada por la “Liga Patriótica” de la ciudad, hubo una masacre, efectuada por fuerzas del Ejército y de Carabineros -siguiendo órdenes del Gobernador de Magallanes, Alfonso Bulnes Calvo-, “los que disparaban sus revólveres y pistolas contra el edificio (…) Después (…) los asaltantes procedieron con todo sadismo a prenderle fuego. Los obreros no murieron por efecto de las balas, fueron quemados junto con algunos heridos que cayeron en la calle. Una hora más tarde el local ardía por todos lados” (Boletín de Sesiones de la Cámara de Diputados; 26-7-1937). Se estima que murieron alrededor de 30 obreros. Lo que fue seguido de más persecuciones, torturas y muertes; y la destrucción de las imprentas e incendio de los diarios locales “El Trabajo” y “El Socialista”. Detalles que se supieron por la intervención del diputado por Magallanes Efraín Ojeda, ¡en una sesión de la Cámara en 1937!, ya que el Gobierno estableció una férrea censura por mucho tiempo y dio una versión falsa de los hechos, exculpando de ellos a los agentes de la autoridad. Frente a ello, no sólo hubo un silencio de Alessandri, sino además “La Nación” se hizo eco de la falsa versión gubernativa. Es decir, más allá de la conflictividad con que se llevó a efecto la elección de 1920, se demostró ya con toda claridad que, a la hora de enfrentar al movimiento obrero, Alessandri y sus partidarios oligárquicos y de clase media, tenían una misma postura represiva que el grueso de la oligarquía. Es lo que veremos que sucedió permanentemente una vez que comenzó su presidencia…