
por Omar Cid
«La guerra es un juego de azar, donde las reglas cambian constantemente»: Isaac Babel
En alfombra roja
El 15 de agosto del 2025 en Anchorage, Alaska, en medio del frío glacial de la Base Conjunta Elmendorf-Richardson, Donald Trump y Vladimir Putin se estrecharon la mano, se hizo con alfombra roja, con una caminata confiada, con aplausos, incluido un viaje en conjunto en el vehículo del presidente anfitrión, se hizo en el necesario lenguaje de la diplomacia, sin tensión ni hechos inesperados. En buenas cuentas, la Diplomacia vuelve a su ritual como proyección de un conflicto que se necesita terminar. Lo que se anunció como una “oportunidad histórica para la paz” fue, en esencia, la ceremonia simbólica del reconocimiento del uso de Ucrania para un conflicto inducido. Un entierro pactado con exhibición pública, donde Europa es defenestrada y la marioneta de Zelenski, es expuesta como tal. Las consecuencias probables del hecho pueden ser la reconfiguración de los mapas conocidos ―y por la fuerza de los hechos―, se anuncia el fin del orden basado en las reglas de la angloesfera, para ingresar en alfombra roja, por las sendas de un nuevo equilibrio internacional.
Según Trump, su presencia en Alaska responde a un solo propósito: detener el derramamiento de sangre. Detener “la guerra de Biden”. O al menos, eso ha venido construyendo como discurso. Esa propuesta se volvió problemática en la medida que la paz se ha tornado esquiva y los resultados en el campo de batalla por parte de la OTAN son para el olvido. Las sanciones económicas tampoco han hecho mella en la economía rusa. Lo único que había estado funcionando es la guerra comunicacional, pero incluso esta, al alero de los porfiados hechos se ha ido debilitando, perdiendo credibilidad —el uso del misil Oreschnik marcó un antes y un después en la guerra proxy (1) desatada en Ucrania—. De ahí la necesidad de buscar una salida honrosa, dejando a sus socios occidentales ante la disyuntiva de seguir o no patrocinando el conflicto. La disputa geopolítica ha cobrado miles y miles de víctimas, un ejército como el ucranio-otanista ha sido destrozado. Ante ese dilema, el presidente Trump ha convocado a esta reunión y el presidente Putin ha aceptado iniciar negociaciones formales, o sea, darse la oportunidad de la diplomacia en medio de la batalla.
Según fuentes occidentales, el presidente ruso arriba con la tranquilidad de quien sabe que la historia está de su lado. La posición rusa es conocida por los ucranianos, los europeos y los norteamericanos: se llama propuesta integral para lograr la paz (2). Ahora, según esas fuentes provenientes de The Guardian (3) y el New York Times (4), el acuerdo podría consistir en la retirada ucraniana de Donetsk y Luhansk, ofreciendo a cambio, una “congelación” del frente en Kherson y Zaporizhzhia. Rusia entonces aseguraría en los hechos, el control territorial de lo que antes pertenecía a Ucrania. Según tales fuentes, Trump habría aceptado esa propuesta, dejando de lado la posibilidad de nuevas sanciones —como si las anteriores hubieran logrado algún efecto—. Bajo esa perspectiva, Trump es presentado como un presidente débil, carente de convicción. Para esas visiones la realidad del terreno no importa, se combate hasta el último ucraniano.
Por otro lado, ¿Alguien conoce exactamente los puntos discutidos? Se habla desde hipótesis y filtraciones engañosas, se llora por la pérdida del Donbás ―por cierto, esa región ya había sido integrada como territorio ruso en un referéndum el año 2022-. Como comprenderán, el proceso no es reconocido por occidente y según ellos transgrede las normas del derecho internacional. Lo curioso es que, bajo argumentos espurios, en 1992 reconocieron a Croacia y Eslovenia como Estados independientes, destruyendo bajo su interpretación de las leyes internacionales y usando el argumento de los bombardeos a la ex-Yugoslavia. No conformes con eso, el año 2008 la Unión Europea, salvo excepciones entre las que se encuentra España, reconocen a La República de Kosovo. En síntesis, si el derecho internacional se aplica, bajo el sistema de reglas occidentales, todo es posible y aceptable.
Entonces, en un conflicto duro, donde el ejército ucranio-otanista lamenta en estos días la caída de Kramatorsk y Sloviansk, resulta inconcebible para los “lúcidos” analistas (5) del globalismo, un acuerdo donde el perdedor acepte su derrota.
La visita de un conjunto de líderes europeos como Macron o von der Leyen a Washington junto a Zelensky, es parte de la peregrinación del fracaso, de su incapacidad política y militar. Europa y Ucrania han sido sacrificadas y eso se lo deben a las grandes corporaciones globalistas en la hipótesis de Alfredo Jalife [Blackrock, Bloomberg, Soros, Banca Rothschild] (6) por su ambición desquiciada, además del Departamento de Estado, el complejo militar industrial, al que el presidente Trump busca tener tranquilos y aceitados.
Lo suprimido: la narrativa oculta
Lo que este escenario revela no es solo un cambio de política estadounidense, sino un quiebre narrativo profundo. Porque se omite sistemáticamente lo que los medios hegemónicos —de matriz anglófila y eurocentrada, con pretensión de verdad totalitaria— han silenciado o minimizado durante años.
Por ejemplo, el golpe de Estado del Maidán en 2014, respaldado por actores occidentales, que derivó en la destitución del presidente electo Viktor Yanukóvich. Un evento que, desde Moscú, fue percibido como una amenaza existencial. No solo por el cambio de régimen, sino por la inmediata posibilidad de que Ucrania, bajo influencia occidental, se integrara a la OTAN, colocando infraestructura militar a minutos de Moscú.
Tampoco se discute con la debida profundidad lo que Ángela Merkel y François Hollande han reconocido en conversaciones posteriores: que los acuerdos de Minsk I y II no buscaban la paz, sino ganar tiempo para fortalecer militarmente a Ucrania. Una admisión que transforma esos pactos en estrategias de contención, no de resolución.
Y aún más revelador: la intervención de Boris Johnson en 2022, apoyado por la administración Biden, para desalentar un posible acuerdo de paz en Estambul. Un episodio que muchos interpretan como una señal clara: Occidente no buscaba detener la guerra, sino prolongarla hasta debilitar estratégicamente a Rusia.
El conflicto prolongado
En este contexto, la guerra en Ucrania no puede entenderse sólo como una invasión, sino como parte de un diseño más amplio: debilitar a Rusia, forzar su aislamiento y, al mismo tiempo, reconfigurar la dependencia energética europea. Con la eliminación del gas ruso, se abrió el mercado para el gas licuado estadounidense, más caro, pero políticamente conveniente.
Además, el complejo militar-industrial occidental ha encontrado en este conflicto un campo de pruebas sin precedentes: nuevos drones, sistemas de defensa, inteligencia artificial aplicada al combate. Y detrás de cada contrato, hay ganancias multimillonarias. A costa, claro está, de la sangre ucraniana.
Pero el cálculo falló. Rusia no colapsó. Su economía resistió las sanciones. Su alianza con China se fortaleció. Y el intento de aislarla terminó por debilitar a Europa, que ahora enfrenta inflación energética, desindustrialización y una crisis de credibilidad estratégica. El imperio, en su vocación de totalidad, chocó contra el iceberg de una Rusia resistente y un mundo multipolar en formación.
El suicidio narrativo del Occidente hegemónico
De ahí que esta cumbre en Alaska no sea solo un evento diplomático, sino la consagración del suicidio narrativo de Occidente. La ficción construida desde los centros de guerra cognitiva —el David ucraniano enfrentando al Goliat ruso con el apoyo de la tecnología y la moral occidental— ha resultado insostenible. La realidad ha mostrado que no fue una lucha desigual, sino un desgaste calculado.
Y esa narrativa maniquea, carente de verosimilitud, ha sido absorbida sin crítica por gran parte de las élites latinoamericanas, desde la derecha neoliberal hasta ciertas izquierdas financiadas por fundaciones vinculadas a George Soros. Una élite colonizada, servil, que repite consignas sin cuestionar los intereses que las sostienen.
La fractura de la OTAN y el nuevo orden
El eje central del problema en curso, no es exactamente Trump. Es que Estados Unidos, bajo su liderazgo, ha dejado de ser el garante de la seguridad de los europeos, para convertirse en el espíritu encarnado de “America First” que abandona su papel de discurso electoral: transformándose en su política exterior. Y en la práctica, significa “Europa después”. O, peor aún, “Europa nunca”.
La OTAN, por su parte, enfrenta una paradoja existencial. La expansión hacia el este ha generado una fractura en sus decisiones centrales. Es incapaz de declarar la guerra por su dependencia militar norteamericana. El cacareado artículo 5 es impracticable, con una potencia nuclear como la Federación Rusa porque pone en juego a la especie humana. Eso sí, ha enviado mercenarios y tropas ocultas, además de armas, dinero y propaganda. Con ello ha prolongado la resistencia ucraniana, desgastándose al punto de exhibir su incapacidad de material, porque su estrategia ha resultado en los hechos un fracaso.
Pese al escenario adverso, la guerra los mantiene unidos, sin ella, viene el vacío, el pánico, porque la OTAN humillada en campo ucraniano, ingresa a una posible crisis terminal.
El comediante
Zelensky, espera su turno. El lunes 18 de agosto estará en Washington, donde se le comunicará el libreto a interpretar, puede que con la compañía de los líderes europeos que lo escoltan, intente oponer resistencia -tal vez, la sudadera verde ya no sea necesaria-. El ingreso a la OTAN no es parte del guión a seguir, ni el reclamo de territorios integrados a la Federación Rusa como Crimea sea posible mantenerlo. Desde el 2014 Ucrania obedece. Alimentados y armados para la guerra obedecen. El lunes no será distinto. El cómico de la corte tendrá que cumplir el mandato que se le encomienda: no tiene salida. La comedia ha tomado un color trágico y nada hace pensar que se pueda volver a esos primeros momentos donde el papel de héroe posmoderno le estaba reservado. Hoy, nada de lo que diga o haga importa. Su suerte está echada.
¿Casualidad?
Estados Unidos, es el país que más ha despreciado las instituciones internacionales, en particular en este siglo. Se percibe la nostalgia del orden unipolar, de la obediencia en sus columnistas, salvo excepciones notables. Aun así, todavía posee la capacidad de atemorizar y exigir a sus colonias. Mañana veremos de lo que es capaz el imperio, algo de ello observamos en la negociación de Trump con los líderes europeos (7).
Como si todo lo dicho no fuera suficiente, el incisivo Serguéi Lavrov, ministro de Exteriores ruso, exhibe con toda tranquilidad en su arribo a Alaska, una polera con la inscripción “URSS”. ¿Casualidad? En ningún caso. Entiéndase como el hecho geopolítico más relevante del siglo, la Federación Rusa se instala como un actor de primer orden, al consagrarse la derrota de la estrategia de extender la presencia de la OTAN en su frontera que es el paso a Europa occidental.
La capitulación no será comentada
Terminado el conflicto militar, a lo menos en su versión más álgida, vendrá el tiempo de las evaluaciones y de seguro Occidente saldrá muy mal parado. En la medida que los archivos se abran, que los testimonios desde el interior de Ucrania se comiencen a conocer, nos expondremos al espejo de un país, de una ciudadanía lanzada a la guerra. Esa herida es muy difícil de reparar, la sangre ajena mancha las manos de quienes elaboraron este plan descabellado, en su ceguera reivindican territorios que ya no son capaces ni de controlar, ni recuperar (8), tuvieron la oportunidad de conseguir acuerdos dignos, pero los despreciaron.
Hoy, con mano ajena lloran las condiciones de una capitulación no asumida, que no será contada, ni comentada. Sobre sus teclados, los discursos en jerga global dialogan con el vacío. Sobre su obra propagandística, pesan los cuerpos de los que no volvieron. Sobre el periodismo de guerra cognitiva (9) cae la sentencia de una antigua víctima de la confusión y de la estupidez, como lo fue Isaac Babel (10) quien nos deja como legado una mirada cruzada por la experiencia de la guerra “yo escribo, y la sangre se mete entre las líneas” (11).
*El autor es escritor y analista político
(1) https://www.britannica.com/topic/proxy-war
(2) https://actualidad.rt.com/actualidad/552148-propuestas-rusia-resolver-crisis-ucraniana
(4) https://www.nytimes.com/2025/08/15/us/politics/trump-putin-meeting-takeaways.html
(5) https://www.nytimes.com/2025/08/15/us/politics/trump-putin-summit-ukraine.html
(6) https://www.youtube.com/watch?v=SR2eBXVstgc
(9) https://www.mujeresenred.net/spip.php?article2450
(10) https://www.biografiasyvidas.com/biografia/b/babel.htm
(11) La cita «yo escribo, y la sangre se mete entre las líneas» no aparece textualmente en las obras editadas de Isaac Babel, pero sintetiza con fidelidad el tono y la experiencia del autor en Caballería Roja, donde la escritura se convierte en testigo del horror.